El karma, para algunas religiones orientales como el budismo o el hinduismo, es una forma de retribución que tiene el universo por los actos que realicemos en nuestra vida. Así, ninguna de nuestras faltas quedará sin castigo y ninguna de nuestras buenas acciones quedarán sin recompensa.
Este concepto tan espiritual de intentar encontrar justicia en un mundo generalmente injusto ha migrado hacía la cultura popular, sobre todo cuando nos referimos a alguien que recibe su merecido, a aquel que pensaba que se saldría con la suya, pero que de pronto, y quizás de una forma extraña que parece no tener una relación causal, paga un acto perverso con una adversidad, por lo que parece más una confabulación del universo para que así suceda.
Así, por ejemplo, de una persona que se ríe de un accidente ajeno y que metros más adelante pasa por el mismo predicamento, se dice que ha pagado con su propia desgracia el haberse divertido a costa de la ajena. “Karma is a bitch” es la coloquial forma de decirlo en inglés y que se podría traducir al español como “Maldito karma”.
La idea, en todo caso, es que el karma se las arregla para que, de alguna forma, respondamos por nuestros actos. Evidentemente, esto no pasa siempre y hay muchos que se salen con la suya y nunca pagan sus culpas y, tal vez, por eso disfrutemos tanto de que, eventualmente, alguien sí lo haga. “Justicia poética” también la llamamos.
En 2012 el organismo electoral ecuatoriano, conformado por una mayoría adepta al presidente de turno, aprobó, a instancias de éste, un reglamento que determinó que la aceptación de candidaturas debe hacerse de forma personal, indelegable y personalísima, es decir que sólo se podría hacer el trámite en persona. Así, en 2013 un expresidente prófugo de la justicia (ahora, cosas de nuestra política, con grillete electrónico por nuevas investigaciones en su contra), a quien estaba “dedicado” el reglamento de marras, no pudo inscribir su candidatura presidencial.
El presidente a la época sostenía: “Lo han querido inscribir, pero está descalificada su candidatura. Tiene que estar presente para formalizar su inscripción.” “Si este señor quiere regresar al país, que venga para meterlo preso para que pague sus culpas” decía también, acompañando sus frases con las bravuconadas de rigor.
Hace pocos días este, ahora expresidente, prófugo asimismo de la justicia, intentó inscribir su candidatura a través de una apoderada, una firma electrónica y una tablet que transmitía su imagen. El organismo electoral no se lo permitió. ¿La razón? El mismísimo reglamento que tanto defendía. El hombre en la tablet (¿o en el ático?), contradiciéndose, gimoteaba sosteniendo, sin sustento alguno, que “acto personalísimo no significa presencia física”. Sí, sí significa presencia física y sí, ¡karma is a bitch!