Ramiro Rivera Molina
«Jueces»
Es vergonzoso que haya jueces que actúen por preferencias políticas o por miedo y obediencia al poder. Repulsivo condicionar procesos y sentencias por gratificaciones económicas. Inmundo que tomen decisiones para favorecer a delincuentes y mafiosos. En los modelos autoritarios del poder, los jueces son escogidos y reclutados como sujetos de confianza del caudillo. Depositarios de su poder y con deberes de sumisión y gratitud. Hacen gimnasia retórica para adornar las sentencias que garantizan la omnipotencia del poder o las apetencias del dinero. Cuando responden a un jefe o por dinero sucio, la justicia queda reducida a un brazo del poder y de la delincuencia.
Es normal que, como cualquier ciudadano, un juez tenga preferencias políticas o convicciones ideológicas. Es lo natural. Igualmente, está en la esfera de la condición humana, la vulnerabilidad de caer en convicciones por error. Su actuación pertenece al ámbito del derecho y de la justicia. Sus decisiones obedecen a las reglas y garantías de la institucionalidad.
Que haya jueces que emitan fallos, a sabiendas que contradicen la ley o ignorando incontrastables evidencias de culpabilidad, por la seducción del dinero y la cercanía a conductas criminales; entonces esos sujetos, no merecen ser jueces y deben ser expulsados y sancionados, inhabilitados para el ejercicio profesional. Sometidos al escarnio público.
Es una vergüenza para nuestra pobre democracia, que poderosos delincuentes ecuatorianos sean procesados por la justicia norteamericana y no aquí, porque cuentan con la admiración, la complacencia o la complicidad de políticos y la protección de las monstruosas maquinarias de corrupción. Más de una ocasión ha tenido que ser el Embajador de los EE. UU., Michael Fitzpatrick, quien nos alerte de los nexos de una parte de la justicia con las redes de la criminalidad, el narcotráfico y la política. Repugna que existan jueces actuando como envalentonados guardianes de bandas y bandidos.