Teníamos una enorme deuda con quien fue el padre de la historia del arte de nuestro país, amén de un gran diplomático y pintor. José Gabriel Navarro fue un director excepcional de la renaciente Escuela de Bellas Artes de Quito, entre 1912 y 1920, e introdujo a las artes plásticas por el sendero de la modernidad. Sin embargo, trató de construir una modernidad diferenciada contratando para ello dos profesores claves: el francés Paul F. Bar, quien enseñó a los alumnos a pintar al aire libre, usar una policromía fuerte y un brochazo de carácter impresionista; y el escultor italiano Luigi Cassadio, quien no cesó en promover el valor de representar al indígena en las artes y las artesanías ecuatorianas. Bien podría decirse que Cassadio fue el iniciador del Indigenismo que tanta repercusión tuviera en alumnos tan distinguidos como Camilo Egas.
De alguna manera la deuda ha comenzado a ser saldada. La semana pasada, en el IX Congreso de Historia organizado por la Universidad Andina y el Taller de Estudios Históricos y cuyo simposio principal fuera dedicado a la historia del arte, se organizó uno de los simposios íntegramente dedicado a Navarro.
Fue muy interesante por las ponencias que nos abrieron a la dimensión del personaje desde la Escuela de Bellas Artes, como teórico y pedagogo, y la introducción de la modernidad en el arte ecuatoriano (Trinidad Pérez); desde su labor como diplomático y representante de la cultura ecuatoriana en sus años de cónsul del Ecuador en Madrid y su estrecha relación con el Museo del Prado, donde pretendió abrir una sala dedicada al barroco quiteño (Patricia García-Montón); el aporte que nos brinda el Fondo Navarro –libros, revistas, cartas, bocetos- en la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit para comprender sus intereses y relaciones con las otras manifestaciones artísticas continentales (Patricio Guerra); y el diálogo que el personaje estableciera con la historia del arte latinoamericano en su defensa oral y escrita sobre el arte colonial quiteño (Carmen Fernández-Salvador).
Coordinado por Alfonso Ortiz, cronista de la Ciudad, este simposio cerró con broche de oro el tema que había sido designado por la coordinadora, la historiadora del arte Trinidad Pérez: Historias del Arte Moderno en América Latina.
Y quizás lo más interesante fuera la presencia de estudiantes y profesionales de otras disciplinas que seguramente entablaron por vez primera una relación horizontal con esta disciplina que ha sido poco conocida y cuyo valor radica en ofrecer no solo una lectura tradicional de autores y fechas, sino darnos luces sobre un sinnúmero de problemáticas relativas a la cultura visual patrimonial, la historia material e inmaterial de nuestras producciones, la relación con la política, entre tantos otros temas.
Los historiadores del arte actuamos como docentes, críticos, curadores, y lo hacemos incorporando a nuestras actividades nuevos tipos de análisis como el de la interculturalidad, los estudios subalternos o los de género.