Isla de Paz

Así nos llamaban. Y es porque en realidad éramos una Isla de Paz. En las últimas décadas del siglo XX y en los primeros años de este siglo, el Ecuador, comparado con sus vecinos, era un oasis de tranquilidad. Ya no lo somos.

Era un país con menores niveles de delincuencia. No se oía de sicarios (excepto en las noticias internacionales). Había menos violencia a pesar de que se podía comprar y vender bebidas alcohólicas a cualquier hora del día y en cualquier día de la semana. La cervecita del domingo (legal en esa época) no aumentaba ni reducía los homicidios y quizás hasta mejoraba alguna amistad.

Nadie nos decía cuándo podíamos o no podíamos comprar una cerveza.

Era un país donde un aumento del precio del petróleo a 25 dólares alegraba a todos. Hoy, una caída del barril a 85 dólares es como para asustar a cualquiera. En realidad, era una economía acostumbrada a vivir con lo que producía y no adicta a un astronómico precio del petróleo.

Era un país con una notable inestabilidad política, pero eso milagrosamente no rompía con la paz. Se botaba presidentes con una pasmosa normalidad, se organizaban inmensas manifestaciones y la pelea, a veces, llegaba a ser de gases lacrimógenos contra piedras. Pero no había muertos. Heridos sí, alguno grave y hubo una trágica víctima de asfixia por gases lacrimógenos, pero no había balas.

Los ecuatorianos no disparaban a los ecuatorianos. Eso es justamente lo que convirtió en una Isla de Paz a ese "dulce país de maíz y naranja" (como decía una canción de la época).

Era un lugar donde un presidente, Jaime Roldós, enfrentó un levantamiento policial en el Regimiento Quito y lo manejó con tanta discreción (y espíritu democrático) que no hubo ni un solo herido y ni un solo muerto. Era un país donde las heridas, por ser pequeñas, sanaban rápido. Por eso, al día siguiente de la rebelión policial, el presidente Roldós fue recibido con aplausos por los policías del Regimiento Quito.

No era un país perfecto, pero era un país tolerante. Vela verde se decían los políticos entre sí. Pero no se enjuiciaban. Horrores les dijeron a los tres presidentes que luego cayeron, pero ninguno clausuró medios de comunicación. Talvez estuvieron tentados de hacerlo, pero una cierta conciencia democrática reinante en el país se los impidió.

Y sí, había unos medios tremendamente sesgados y otros terriblemente regionalistas. Pero también los había muy sensatos y serios y todos convivían en relativa paz.

Era un país donde la economía crecía poco (excepto entre 2000 y 2006), donde el Gobierno siempre andaba apretado de platas, donde la infraestructura era "deficiente". Era un país con menos carreteras, pero también con menos odios, un país más amable y con más sonrisas. Pero se perdió.

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