Los dos Gustavos
No han sido buenos tiempos para los dos Gustavos, tampoco para nosotros con ellos. Gustavo, el abogado, ha tenido una década para el olvido; y Gustavo, el técnico, una eliminatoria nefasta. Al final, los perjudicados fuimos los ecuatorianos, los que tenemos que soportar un sistema de justicia con iguales o peores problemas que antes, y, para rematar, estamos a un paso de quedarnos sin jugar el mundial de Rusia.
En relación con Gustavo, el abogado, no termino de sorprenderme, pues en las aulas universitarias los profesores que nos educaron, verdaderos maestros del derecho que no necesitaron ni phds ni doctorados para enseñar, lo hicieron siempre con una sólida vocación democrática, orientada al fortalecimiento del Estado de derecho con poderes independientes, y, de manera especial, a la búsqueda de un sistema judicial imparcial, confiable, eficaz y profesional.
De hecho, recuerdo que Gustavo, el abogado, dirigió durante mucho tiempo el Programa Nacional de Apoyo a la Administración de Justicia (Projusticia), un organismo de cooperación internacional cuyo objetivo esencial era (o es todavía, supongo) “apoyar el proceso de reforma judicial en el Ecuador, contribuyendo con el fortalecimiento de la independencia judicial, el mejoramiento de los recursos humanos y de la gestión administrativa de la Función Judicial, y, facilitando el acceso ciudadano a la justicia”.
Sin embargo, en algún punto del camino, años atrás, Gustavo, el abogado, se extravió y nadie lo volvió a reconocer, aunque dicen que se lo veía deambulando, vaporoso y confundido, entre las nebulosas del poder. Al parecer, aquel espectro de lo que fue Gustavo en las aulas y en sus primeros años de ejercicio profesional, conspiró contra el que debió haber sido y en lugar de llegar allí para remover los escombros que habían dejado los políticos en la justicia, levantó con ellos y sobre ellos un templo de adoración y dijo, entre otras falacias, que “no era tan cierto” que aquel ídolo de barro hacía lo que quería en ese templo… O sea que ¿tampoco era tan falso, Gustavo?
El otro Gustavo, el director técnico, en cambio, siempre dijo la verdad, y lo dijo a voz en cuello para que a nadie le queden dudas de que no nos merecíamos ir al mundial. Lo dijo, asumo, en un momento de ira cuando se dio cuenta que los jugadores estaban lejos de su real nivel y que él mismo estaba a años luz del verdadero nivel que se necesitaba para dirigir la selección. También lo pensó, imagino, cuando vio aquel grotesco espectáculo provocado por políticos el día de las vuvuzelas, cuando nos mostramos más divididos que nunca tanto en la cancha como fuera de ella; cuando se demostró que el fútbol es un fenómeno social contaminado por la podredumbre de la política. El resultado fue esa plasta enorme y pestilente que yace aún en la cancha del Atahualpa y de la que todavía nadie se ha hecho cargo. Y así fue, su sentencia se cumplió, profesor; y los sueños de las aulas se desvanecieron, Gustavo.
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