Muchos creen que el coronavirus es producto de un diseño humano, que fue el gobierno chino el que lo hizo en un laboratorio, para usarlo como arma. Algunos sostienen que la Tierra es plana, que científicos y gobiernos nos engañan. Hay quienes militan contra el uso de vacunas, creen que provocan autismo, que nos han hecho usarlas por el interés de las farmacéuticas. No es extraño escuchar a personas educadas, inteligentes e informadas, sostener las tesis más extrañas sobre la base de teorías conspirativas; de hecho, en nuestro país es un lugar común, en los debates sobre reformas legislativas, política pública o política electoral, la referencia a alguna conspiración.
Creer en que hay una confabulación detrás de algunos hechos es muy importante para algunos movimientos políticos; mantener los apoyos requiere de militantes convencidos de que están enfrentando a fuerzas oscuras, mirarse a sí mismos y a sus líderes como héroes que enfrentan peligros inmensos, presentándose, además, como mucho más inteligentes; solo ellos se han dado cuenta de las fuerzas detrás de cada evento relevante, de cada momento clave; así, todos los sucesos de los últimos años de nuestra historia son explicados a partir de alguna conspiración. Por cierto, el pensamiento conspirativo no es patrimonio de un lado del espectro político, todos sostienen parte de su actividad en alguna historia de conspiración.
El correísmo es el movimiento con mayor dependencia a las teorías conspiranoicas para mantener su apoyo. Desde los discursos del candidato Correa, los procesos judiciales por corrupción y la campaña hacía las elecciones del 2021, son explicados desde una gran conspiración contra ellos. Con certeza, de todas las historias conspirativas, y el correísmo ha sido muy prolífico en ellas, la del 30-S debe ser la más indigna y repudiable. El ego e irresponsabilidad de Rafael Correa, su imprudencia al meterse en un cuartel lleno de gente armada protestando, costó vidas humanas, implicó la destrucción de muchos proyectos vitales, el uso de ingentes cantidades de recursos públicos y procesos judiciales forjados. Usando como base algunos hechos ciertos, pero sin pruebas, se construyó la narrativa de un golpe de estado planificado, de un intento de magnicidio programado y una supuesta defensa heroica de la democracia.
La semana pasada se recordaron los 10 años de ese evento; falta mucho para que podamos reconstruir lo sucedido ese día desde una versión más cercana a la verdad y no desde un relato tergiversado hasta la mentira. A los seguidores poco les importa la verdad, preocupados como están ahora de agregar a su repertorio conspirativo un nuevo relato: la presión popular logró vencer al neoliberalismo y al gran capital que conspiraban contra la candidatura correísta para el 2021, cuando existía poca duda que la mayoría de los vocales del CNE la aceptarían, incluso contra normas expresas que lo impedían. Preparémonos, se nos vienen meses de relatos inverosímiles, fake news y teorías de la conspiración.