Columnista invitado
La fuga de Fernando Alvarado es un episodio más de la ola de corrupción que asola al país. Planificadísima, cumplió con todo lo necesario para engañar no solo a quienes verificaban sus pasos a través del grillete -que ha originado mil burlas, memes y sospechas-, sino a una sociedad que cada vez cree menos en las instituciones y en las autoridades, sean o no responsables del desaguisado. La percepción de desaliento y desconfianza que demuestran las encuestas así lo confirma. La reacción generalizada acusando a las autoridades de ser los responsables y pidiendo su cabeza son parte de ese mal ánimo general. Como pasaba hace veinte o treinta años, en que el todos contra todos era la tónica. En eso también hemos retrocedido.
Por supuesto que un hecho así no debió suceder y los responsables deben responder ante el propio gobierno y ante la sociedad por la fuga de quien afronta once acusaciones con indicios de responsabilidad penal, y por supuesto que deben hacerse las investigaciones necesarias. Pero a la vista de lo sucedido, estamos ante un caso de planificación detallada de un acto que no solo desobedece la decisión de un juez al imponer una medida cautelar, sino que lo hace con premeditación y alevosía, ante lo que cualquier control y cuidado corren el riesgo de ser inútiles.
Como no hay mal que por bien no venga, el hecho evidencia la culpabilidad de quien ha sido representante cabal de la prepotencia, el abuso de poder y el despilfarro. Quien fuga demuestra culpabilidad, más si tenía prevención judicial y estaba siendo investigado, abusando de que se le impuso la obligación de usar grillete en lugar de estar detenido preventivamente. El que tiene limpia su conciencia enfrenta los procesos que le permitan, precisamente, demostrar la inocencia.
El hecho debe servir también para que los jueces sean menos generosos y aquilaten mejor los riesgos en la imposición de medidas cautelares. Mientras más alto es el vuelo de los pájaros, más seguridades requieren. Es imperioso, por lo mismo, que se revisen las medidas cautelares impuestas a las decenas de investigados que existen, para que cuando haya riesgo de que se repita lo de Fernando Alvarado, se ordene su prisión preventiva. Así como es indispensable que se limpien las instituciones de los que antes eran perros fieles y hoy son infiltrados.
Bien han hecho las autoridades en evitarse nuevas sorpresas -porque cuando organizaciones delincuenciales actúan en concierto, puede pasar cualquier cosa- trasladando al exvicepresidente Glas a una cárcel de mayor seguridad, aunque esa acción provoque el llanto y crujir de dientes de él y sus abogados, que, al fin y al cabo, lo hacen como parte de su función.
La gran oportunidad de hacer una limpieza en las instituciones está presente y no hay que desperdiciarla.