Columnista invitado
El momento que atraviesa el país es difícil y delicado. Estamos recorriendo un período de recesión económica que bien puede extenderse al menos a tres años, 2015, 2016 y 2017. Atados al gasto del Gobierno sin que el sector privado haya podido intervenir mayormente, caen los ingresos y sin ahorros públicos empiezan los problemas.
El desempleo y subempleo crecen con todo el drama humano que esto representa, pues tener trabajo no solo cubre necesidades básicas sino que dignifica a la persona. La desocupación se convierte en desesperación, baja de autoestima, pobreza y alejamiento al progreso personal.
La liquidez escasea, los bancos no reciben los depósitos necesarios para poder prestar y el financiamiento de la economía se reduce. Hay un clima de desconfianza e incertidumbre traducido en que pocos compran, casi nadie vende ni invierte, todos se protegen. Es un círculo vicioso que requiere de un ‘shock’ de confianza.
Seguir con préstamos caros, pocos transparentes, aunque el Gobierno consiga los recursos para cubrir el hueco, no resuelve el problema, solo lo posterga. El Ecuador necesita con urgencia un programa económico que, al tiempo de brindar la liquidez necesaria, genere confianza, produzca esa luz al final de túnel que nos permita respirar con tranquilidad. En caso contrario, mucho me temo que la coyuntura se torne cada día más difícil y las salidas a la crisis se esfuman o se esconden.
Si me estoy muriendo y el cirujano es mi enemigo, no creo que la soberbia deba superar la esperanza de curarme. Tendré que tragar amargo y salir de mi problema. No veo otra opción en estas circunstancias que un acuerdo con el FMI y el Banco Mundial, los mismos que al tiempo de facilitar la liquidez necesaria abran otras puertas de recursos en condiciones adecuadas y brinden las señales de tranquilidad para ver el horizonte con más claridad.
Que el neoliberalismo, que los fondomonetaristas, que el capitalismo, ya superemos esas taras y arreglemos el problema. No se trata de ceder posiciones ni creencias, se trata corregir la crisis económica del país. Se debe actuar con responsabilidad dejando un momento de lado las elecciones y la popularidad. Eso hace un estadista, se sacrifica en lo personal, dilata los aplausos de hoy por un reconocimiento de mañana o la satisfacción de haber hecho lo correcto.
No es que el FMI sea la maravilla o que nunca se haya equivocado. Se trata de ver el escenario, analizar las opciones y decidir lo mejor o, si prefieren, lo menos dañino.
Las crisis demandan ajustes, lamentablemente, pero solo buscar plata sin programa económico no ofrece una salida. Recurrir a los multilaterales en este momento es prácticamente la única opción, en caso contrario, los remedios caseros pueden ser peores que la misma enfermedad. Reitero no es posible salir de la crisis sin programa económico. Necesitamos un mejor ambiente internacional. Con un riesgo país de 1 700 puntos es imposible resolver el problema.