En este y en los próximos artículos quisiera tratar el tema de principios y valores ante las próximas elecciones, tema que traté últimamente en una conferencia impartida virtualmente al Foro Pensamiento y Acción, un centro de investigación para la enseñanza especializada. Sólo tengo la pretensión de que sea un aporte que ayude al debate, necesario en este momento, necesitados como estamos de una ética lúcida, social y política.
Lamentablemente, frente a la ética aparece hoy con enorme fuerza la corrupción, no puntual o esporádica, sino como un sistema operativo inmoral e ilegal, sostenido por auténticas mafias que, poco a poco, se van apoderando de conciencias e instituciones (pongo por caso las instituciones de salud). Los pillos van creando un contexto legal cómplice que acaba, de hecho, amparando a la corrupción a modo de la omertá italiana. El mismo sistema electoral es un signo de lo que estoy diciendo: ¿cómo es posible que haya candidaturas de personas sindicadas por delitos de la más variada índole? De aquí, entre otras razones, el desprestigio del quehacer político que en el imaginario del pueblo se hace coincidir con la corrupción.
Vivimos amenazados por una fuerte carencia ética, como si no hubiera principios ni valores, ignorantes de que el hombre tiene un destino, un proyecto y un sentido y, por lo tanto, unas obligaciones morales. Hemos caído en tal relativismo que son muchos los que tienen serias dificultades para distinguir el bien del mal. Prevalece la satisfacción inmediata de los deseos, el ansia de bienestar y del placer.
La ética (religiosa o laica) nos recuerda nuestra condición humana y humanizadora de la vida, lo cual no siempre coincide con los postulados de la cultura dominante, provisional, cambiante y líquida, algo que afecta a nuestro cotidiano vivir. Todo vale si me conviene o satisface a mi ego.
En diciembre de 1997, Pierre Bourdieu, uno de los pensadores más incisivos de nuestra época, publicó un ensayo hermoso: “La precariedad está hoy por todas partes”. El título lo decía todo: precariedad, inestabilidad, vulnerabilidad son hoy las características más extendidas (y las más dolorosas) de la vida actual. El hombre experimenta sus inmensas posibilidades de desarrollo, pero sabe que al fin vive en la inseguridad, en la incertidumbre y en la desprotección. Valga como ejemplo el desarrollo del covid, una enfermedad causada por un pequeño virus capaz de trastocar la vida del planeta.
Cuando el poderoso Alejandro Magno se encontró con Diógenes le preguntó: “¿Qué puedo hacer por ti?, Pídeme lo que quieras”. Diógenes le contestó: “Que no me quites el sol”, algo que parecía irrelevante, pero que era fundamental para el pobre viejo. En política, la ausencia de la ética es lo mismo que la ausencia del sol. Hoy, un proyecto político tiene que ser, sobre todo, ético. Y de poner a la persona en el centro.