Esperanza a los pobres
La situación económica del Ecuador no está como para muchas alegrías. Nos esperan tiempos difíciles, especialmente para los más pobres, para los desempleados y otros muchos que están a las puertas del desempleo. El próximo 17 de noviembre se celebrará en todo el mundo católico la Tercera Jornada Mundial de los Pobres. Alguna moneda habrá que echar en la alcancía, pero de lo que se trata es de devolver la esperanza perdida a los que sufren injusticia y precariedad en la vida. Lo cierto es que después de la crisis mundial y de nuestras sucesivas crisis domésticas las desigualdades continúan y las bolsas de pobreza crecen sin cesar.
Algún sociólogo atrevido habla de nuevas esclavitudes, refiriéndose a los millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños, especialmente de aquellos que se ven obligados a dejar su tierra para buscar fortuna en otro lugar. Ellos engrosan el ejército de los huérfanos y víctimas de tantas formas de violencia que, entre todos, hacen del mundo un panorama desolador. Lo triste es que a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. Son personas que a menudo se convierten en un auténtico vertedero humano, percibidas como amenazantes por el sólo hecho de ser pobres.
¿Habrá un camino de salida? Hace poco en Biarritz se reunió (una vez más) el G7, es decir, los poderosos del mundo. Yo no dudo de su buena voluntad, pero parece que, una vez más, prevalecieron los intereses de un nacionalismo trasnochado que busca, sobre todo, la propia seguridad. Y, sin embargo, también en estas condiciones el pobre es el que “confía en el Señor”. Esa confianza es para nosotros, los cristianos, sinónimo de un camino de liberación que transforma el corazón y mantiene viva la esperanza en lo más profundo de cada cual.
Nuestra Cáritas mantiene una multitud de proyectos de promoción y asistenciales, pero a lo que realmente apunta es a un cambio de mentalidad que permita a todos acompañar a los pobres con un compromiso constante en el tiempo, es decir, en la normalidad de la vida cotidiana. Soy testigo de no pocas pobrezas en Chimborazo pero, si algo bueno he podido experimentar, es la bondad que se esconde en el corazón de muchas personas que, a pesar de su pobreza, mantienen viva su dignidad. Estoy convencido de que serán ellos los que nos salven, quienes nos recuerden nuestro propio rostro humano, más allá de las exigencias del consumo y de la tecnología; ellos serán quienes nos ayuden a salir del individualismo atroz que nos mantiene encerrados en nuestra codicia.
La Jornada Mundial de los Pobres, como tantas jornadas que se celebran en la Iglesia, puede y debe ser una oportunidad para dar esperanza concreta a los pobres. El contrapunto es la foto final del encuentro del G7. Es curioso que esa última foto se llame “foto de familia”, cuando los parientes, aunque desayunen juntos entre sonrisas, no se pueden ni ver.