Si en este momento se realizaran elecciones en España, según una encuesta difundida recientemente, la organización denominada “Podemos” liderada por Pablo Iglesias, un activista cercano a los planteamientos de los gobiernos latinoamericanos que proclaman el llamado “socialismo del siglo XXI”, vencería al PP y al PSOE con altas expectativas de formar Gobierno.
Probablemente los españoles que piensan dar el voto a esa organización política emergente, deben encontrarse bastante desinformados respecto a los acontecimientos de América Latina. Les bastaría hacer un repaso de las noticias de dos países de los más emblemáticos de la región, para constatar que con las políticas aplicadas los gobiernos de Venezuela y Argentina han logrado convertirse en los Estados con más alta inflación del subcontinente, en donde las devaluaciones producidas han conseguido depreciar sus monedas a límites otrora impensables, provocando con ello que los ingresos reales de sus ciudadanos caigan súbitamente, presentándose el fenómeno de que las supuestas reivindicaciones realizadas a favor de los más necesitados desaparezcan súbitamente, como consecuencia de gestiones que han dislocado sus economías. Pero la intención de entregar su apoyo a un movimiento nuevo del mapa electoral, se encuentra marcado por el profundo desencanto del electorado, principalmente de los más jóvenes, con la clase política tradicional.
Y no escasean las razones. Los escándalos de corrupción que han golpeado a los partidos gobernantes, a su turno, han logrado que la desconfianza cunda con respecto a la tradicional clase política. Se diría que, en general, muchos de los dirigentes no estuvieron a la altura de las exigencias de los encargos otorgados. La sucesión de hechos ha puesto en evidencia, por decir algo, el desprolijo manejo de fondos públicos en los que se han visto envueltos personajes notables del escenario político, lo que ha terminado por minar la confianza y credibilidad en la actual clase dirigente. Y, hoy por hoy, desencantados, se aprestan a dar un salto al vacío.
De las encuestas realizadas se colige que es un voto de rechazo, una protesta y castigo a quienes los defraudaron. El malestar los tendrá irritados y no alcanzan a mirar que, de llegar a ser Gobierno y aplicar las medidas que han pregonado, instaurarán en el poder a un grupo que esgrime tesis populistas, las que han resultado ser nefastas allá donde han sido aplicadas con más fuerza, como es el caso de los países señalados con antelación.
De llegar a producirse este desatino, la culpa no será del todo de los electores. Les falló su clase dirigente y, en primera fila, ellos son los responsables de la situación por la que atraviesa un Estado que, hasta hace muy poco, era visto como un modelo de crecimiento, en el que parecía que la sensatez había imperado y que los acuerdos alcanzados lo iban a enrumbar a gozar de manera indefinida de los niveles de bienestar de los países desarrollados. Todo se derrumbó de un soplo a causa de dejar olvidados los textos de la ética.