El cerebro, cuando envejece, pierde plasticidad; la inteligencia suele pasar de ser flexible a rígida. Esto va a depender también de factores adicionales como el entorno, la posición socio cultural, la alimentación, etc. Lo cierto es que, pese a la variabilidad, pasamos de la fluidez a la rigidez mental. Esto implica dificultades para aprender destrezas, adaptarse a los cambios tecnológicos, aprender novísimos conceptos, aceptar o al menos entender nuevos paradigmas o “sistemas de modelación del mundo” (las formas en que categorizamos lo que la sociedad es y lo que, para nosotros, debería ser). El problema radica en que hablar de “inteligencia rígida” es casi un oxímoron: en buena medida, la inteligencia es fluida o no es.
¿Está llegando como yo a los 60? ¿O tiene pocas décadas de vida y es intransigente y casi un fanático -que es una manera de ser joven, pero al mismo tiempo “viejo”-? De la misma forma en que es recomendable hacer ejercicios físicos para no perder la movilidad y destreza corporal, se debería ejercitar la mente para evitar su estancamiento ¿Cómo?: trate de aprender habilidades nuevas, enfréntese a las tecnologías que le asustan, lea un libro desconocido, escuche música que nunca oyó, pero, sobre todo, cada día tome una de esas ideas que defiende contra moros y cristianos: el teísmo o el ateísmo, el aborto o el antiaborto, el socialismo o el liberalismo económico, la libertad sexual o el control y reprensión de lo sexual… lo que sea… y piense genuinamente como “el otro”, debata en su mente tomando el papel de defensor de aquello en que NO cree y hállele honradamente argumentos.
Le aseguro que si lo hace no solo estará retrasando su senilidad, sino que también se volverá menos intolerante y más humano. Vamos, ¡qué le cuesta! Hágalo, aunque sea como ejercicio, con el mismo empeño con que queremos bajar el abdomen con gimnasia.
No se trata de abandonar sus convicciones, retómelas; si hizo bien el ejercicio, las retomará sin fanatismo y furia, y eso siempre es bueno, y se agradece.