La mala de la película es la empresa privada; el ogro, el empresario; el explotado, el trabajador. La acumulación (el ahorro), es pecado mortal; la ganancia es robo; la innovación es, al menos, sospechosa porque “quita empleo”. La libertad económica es perverso “neo liberalismo”.
Esa es la carga de prejuicios y el inventario de disparates -inoculados por el socialismo y sus parientes- que guarda mucha gente en su conciencia. Ese es el catecismo del subdesarrollo y la razón de la pobreza. Esa es la “ideología” que se se enseña en colegios y universidades.
Paradójicamente, personas que trabajan para la empresa privada guardan esa carga de prejuicios y viven frustradas con “la amargura” de depender de un empleo, de cobrar el salario a quien odian, de recibir beneficios del personaje al que desprecian.
Esa frustración explica la adhesión irracional al “socialismo” y, por cierto, el éxito que ha tenido la demagogia y el populismo, cuyos líderes triunfan vendiendo proyectos de venganza, tesis de desquite y expropiación, porque “ahora le toca al pueblo”. Esa animosidad es el hilo argumental sobre el que se tejen discursos y campañas electorales, y es la que determina, con frecuencia, leyes y conductas del Estado.
La historia se escribe y enseña bajo la lógica de la frustración, la derrota y la venganza, y cultivando acuciosamente el resentimiento. De allí nace la disparatada convicción de que hemos sido y, somos, perdedores frente a los conquistadores españoles y los “imperialismos”; perdedores ante el vecino, perdedores en el campeonato de futbol, siempre perdedores, explotados, víctimas que no tienen la culpa de nada. Y, claro, nostálgicos de los paraísos perdidos, y de las “libertades” que hay en Cuba y Venezuela y de las que hubo tras la cortina de hierro.
La empresa privada, pese a lo que se diga o se enseñe, es el fundamento del progreso; es la fuente del empleo productivo y la pagadora de impuestos. Empresa privada es la transnacional, es el comerciante y el artesano, el dueño del fundo y el dueño de la tienda, el que siembra papas y cosecha trigo, es aquel al que le angustia el verano interminable, el que se duele de la tierra, el que cuida cada centavo.
Empresario es el que valora la libertad; el que no quiere depender del Estado ni merecer sus favores; el que aspira a que le dejen trabajar y le abruma la esterilidad de la burocracia y sus trámites.
Empresario es el que ha entendido que la solidaridad es dar empleo, pagar sueldos, conseguir recursos para cancelar contribuciones y sobresueldos; es el que asume cada día las responsabilidades. Es el que hace país sin discursos, el que construye cada día sin la estridencia de los políticos, fuera de las pantallas y lejos de las fotos. El que habla por sus obras.