La apertura de los diálogos con la Unión Europea debe significar un nuevo espacio para reorientar la política de apertura comercial y atracción de inversiones privadas para el país.
Si bien es cierto que el reinicio de las conversaciones es un primer paso, la sola voluntad de volver a la mesa de negociaciones debe aprovecharse como una opción. En un mundo interdependiente y globalizado es una obligación de supervivencia y casi de ética abrirse nuevas fronteras en materia comercial.
En ese sentido hay que reencauzar la política de comercio exterior ya interferida por la denuncia de los tratados comerciales con varios países. Las expectativas del mercado europeo, pese a la crisis de ese grupo de países, generan líneas indispensables para los productos ecuatorianos de exportación.
El paso primigenio es una hoja de ruta que marcará el camino que, hay que reconocerlo, es largo y no será un asunto simple. Los recelos expresados en el proceso interrumpido con anterioridad y la cautela de países tan importantes como Alemania o Gran Bretaña, adicionan dificultades que habrán de superarse.
Es de esperar una visión abierta de las autoridades del ramo para propiciar un acuerdo comercial una vez que las visiones cerradas enterraron el TLC con EE.UU. años atrás, y solamente adelantaron contactos con ciertos países que no significaban intercambios de volúmenes importantes.
Cabe analizar además el marco que deberá establecerse para los eventuales arbitrajes con la República Popular China con la que el Estado ecuatoriano adelanta una política de inversiones. Al país le conviene abrirse a nuevos mercados, firmar acuerdos y otorgar seguridad jurídica para atraer inversiones privadas.