Un lugar común que se aplica a todos los oficios sostiene que la economía es demasiado importante para confiarla a los economistas. Si aceptamos que una tercera parte del gabinete está integrado por economistas, como dice el Presidente (él también economista), y que estamos con problemas económicos, cabe la tentación de creer que ese lugar común no es tan exagerado.
En un artículo publicado en el diario El País de España, con el título de La fraudulenta superioridad de los economistas, Moisés Naím sostiene que los economistas son arrogantes y que su “incapacidad para ofrecer soluciones para la crisis económica mundial revela que su instrumental teórico necesita urgentemente una inyección de nuevas ideas, métodos y supuestos sobre la conducta humana”.
Los economistas del Gobierno reconocen que hay una crisis en Ecuador pero no asumen responsabilidad, sino que atribuyen enteramente a factores externos como la caída de los precios del petróleo y la revaluación del dólar. Los economistas que no están en el Gobierno han replicado que en gobiernos anteriores el precio del petróleo estaba por debajo y el dólar por arriba y, sin embargo, el país crecía.
Los economistas del Gobierno aseguran que es necesario restringir las importaciones imponiendo aranceles para evitar que salgan dólares del país y defender la dolarización. Los economistas que no están en el Gobierno dicen que es el gasto público el que provee dólares para el consumo y la falta de producción nacional la que obliga a importar.
Dicen los economistas del Gobierno que los países vecinos han devaluado las monedas para mantener la competitividad de sus exportaciones y Ecuador no puede defenderse porque no tiene moneda propia. Los que no son economistas comentan que eso significa que si Ecuador tuviera moneda propia ya la hubieran devaluado restando valor a los salarios.
Los economistas que no están en el Gobierno y los que no son economistas se preguntan por qué el Gobierno no reduce el gasto público, la medida más elemental y eficaz para evitar que los problemas se agraven. ¿Por qué no ahorra en burocracia excesiva, en momias cocteleras, en aviones, helicópteros, vehículos, viajes, asesores, prometeos, publicidad, elefantes blancos? ¿Por qué no se reconcilia con los mercados de nuestros productos y dejamos que les vaya bonito a Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Irán, Bielorrusia, Nicaragua?
Probablemente no son los economistas los culpables, como cree el lugar común, sino los políticos que les imponen consignas ideológicas ajenas al sentido común, enemigas del mercado y de la empresa privada. Es posible que los economistas que están en el Gobierno y los que no están, piensen que la economía es demasiado importante para dejarla en manos de políticos comprometidos con ideologías que solo sobreviven en los países más atrasados del planeta.
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