En la discusión pública, incluida las redes, resalta un contenido atormentado y alterado. Discurso rencoroso, vengativo y refractario a los valores del pluralismo, la tolerancia y la convivencia. Lo que escuchamos, vemos y leemos, está repleto de frases y consignas, de ardores por eslóganes y quimeras, que resplandecen de simplicidad. Hay contadas excepciones de racionalidad y realismo. La mayoría es la liviandad, que confunde democracia con la eterna trifulca.
El discurso remordido comprende poco o nada sobre el valor de las instituciones y de la convivencia. Malhumorado y reticente a la diversidad plural lo desecha como espacio de diálogo y tolerancia. En el debate diario no encontramos reflexiones e ideas. El ambiente se llena de toxicidad infectada de odio y revanchismo. El comportamiento general es sectario, hostil y corrosivo. Así, la política no ocupa una zona de juiciosa racionalidad. Esto explica, en parte, el fastidio y la desconfianza ciudadana.
A más de instituciones débiles, sufrimos la arremetida del delito transnacional y de las bandas del narcotráfico. Decisiones que mermarán los ingresos fiscales. El fenómeno de El Niño. Obligaciones que cumplir. Todo esto perturbará la institucionalidad; a sabiendas, de quienes, despreciando los valores de la misma, utilizan la vía electoral para echar abajo la democracia plural a la que desprecian. Aquellos que sueñan con el control de todo. Con la hegemonía que castiga y excluye el disenso. Poco importa que la mayoría quiera trabajar en paz para progresar. ¿Quiénes más turban con el discurso del rencor? Son los que venden como modelo a seguir, la tragedia de corrupción ya vivida. Los devotos del resentimiento.
En el discurso remordido difícil un acercamiento a la razón, «¿Qué es la razón?», preguntaba el filosofo Raymond Aron, y respondía: «esa manera de pensar que da oportunidad a la verdad» Cabe preguntar: ¿Cuándo llegará algo de cordura al discurso que nos domina?