Hace una semana en algunos lugares del Parque Metropolitano el fuego todavía no se extinguía por completo y por esa razón se había cerrado el ingreso del público. Con María José y César Augusto, con quienes corro habitualmente por los caminos y senderos que tiene el parque, decidimos no cambiar la rutina pese a la restricción de ingreso. Corramos hasta que nos detengan, dijimos. Eso no ocurrió, nos fuimos por donde casi siempre vamos: por el sendero más oriental, el que queda más próximo a la avenida Simón Bolívar.
Recorridos los dos primeros kilómetros, no hallamos nada extraño, sin embargo, unos 300 metros antes de llegar a uno de los focos del incendio, se percibía el fuerte olor a quemado; en el ambiente había humo que salía de los matorrales que se convertían en cenizas.
El paisaje era negro por donde apenas dos días antes era todo verde; ese fue el primer impacto visual. Nos detuvimos por pocos segundos en la cima de la ladera de un sendero que conecta con lo que los atletas denominan ‘Vía crucis’, una loma muy escarpada donde se practican técnicas de oxigenación una semana antes de una competencia.
El terreno completamente negro, estaba arrasado por el fuego. Al contrario del incendio del año pasado en la ruta que sigue a continuación del Museo Guayasamín, esa vegetación se recuperó aproximadamente al sexto mes de lluvias. Pero en esta ladera oriental no quedó nada, desaparecieron todas las especies vegetales, animales, aves, insectos, etc.
Al contrario de otros días, ese martes fue fatal, parecía que una bomba había estallado, una bomba incendiaria que quemó hasta las raíces de las plantas. Por primera vez pude apreciar desde ese sector los valles de Cumbayá y Tumbaco. Las aves que por lo general trinaban muy temprano y volaban entre las ramas de los árboles desaparecieron. El único ruido que sentíamos era el de los vehículos que transitaban por la avenida Simón Bolívar.
Seguíamos el recorrido, nos habíamos quedado con la garganta atragantada. Estábamos indignados, pero no lo comentábamos, seguíamos remontando las laderas escarpadas que se mostraban peligrosas sin la vegetación, sin árboles, sin vida; el parque en el que jugaba con mis hijos cuando eran pequeños fue arrasado, quedó desolado. He conocido muchos parques en el mundo, pero como este es difícil encontrar algo similar, especialmente para objetivos tan concretos como el deporte, el atletismo y el ciclismo de aventura.
Hasta hace pocos meses, especialmente los sábados y tras los incendios del año pasado, vi a estudiantes de algunos colegios en tareas de reforestación, deben sentirse indignados. Este incendio fue en un lugar de difícil acceso, pero tendrá que ser reforestado, aunque será muy difícil que a corto plazo se recupere la fauna. Fue un golpe mortal a uno de los principales pulmones de Quito, fue un incendio provocado por la insensatez.