¡La partidocracia vive!, fue lo que primero se me vino a la mente luego de ver la última elección a la presidencia de la Asamblea”, comentó con desencanto Juana María, una universitaria que dice votó por el Sí en la última consulta popular. Argumenta que “si bien algunas formas y personajes son distintos en la política de hoy, el “pragmatismo” con el que se llevó a cabo el hecho hizo rememorar el pasado”.
Ciertamente, Juana María tiene razón ya que la bandera de la política actual es “el fin justifica los medios”, lo que hace que como castillo de naipes se derrumben programas, principios y destacadas trayectorias personales de algunos de los protagonistas.
Se vive un nuevo episodio del descrédito de la política. Tal situación es sumamente peligrosa ya que esta crisis repercute en la despolitización y desmovilización de la sociedad en el marco del fortalecimiento y concentración de poder del Estado central, particularmente del Ejecutivo.
El destino de un Ecuador democrático depende de la mayor conciencia política de la gente, en su mayor ciudadanización y participación en la construcción y seguimiento de las políticas públicas.
Los verdaderos demócratas del Gobierno, de la oposición o independientes deben hacer esfuerzos por recuperar el prestigio de la política. Esta recuperación pasa por varios compromisos como establecer la relación coherente entre la política y los principios y valores. Los políticos pueden expresar lindas frases en sus discursos, mas si no practican lo que predican su palabra no vale nada. Si un dirigente dice defender el manejo ético de los recursos públicos, pero si en su práctica crea condiciones para el dispendio y la corrupción, le hace poco favor a la actividad política.
Otro compromiso sería nutrir la política con teoría, pensamiento y conocimiento de la realidad. En estos tiempos “revolucionarios” cabe recordar la recomendación de uno de los grandes transformadores del siglo XX, V. I. Lenin: “No hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria”. Nuestra política está colmada de activismo, “buenas intenciones”, prejuicios, fanatismo y lugares comunes. Este puede ser un buen momento para investigar, estudiar, debatir tesis y reconstruir ideologías.
Deber de un buen político es dotar a su labor de sentido histórico y estratégico. Por hoy cunde el coyunturalismo, el efectismo y el voluntarismo. Comprender el pasado y disponer de una penetrante visión de futuro sin olvidarse de la capacidad de desentrañar la coyuntura, el contexto y el proceso es el desafío hacia la edificación de programas políticos base de partidos serios.
Por allí un camino para que muera la robusta “partidocracia” y así reconstruir la política tal cual sueña la desencantada Juana María, una más de ese 50% de ecuatorianos que todavía anhela el cambio más allá de cualquier gobierno.