Este año se cumplen 40 años del retorno a la democracia. En 1979 nuestro país fue uno de los primeros de América Latina en dejar atrás los regímenes militares. Aunque desde esa fecha hemos sido testigos de una infinidad de cambios en lo jurídico, político e institucional, me rehúso a afirmar que la democracia en el país se ha consolidado.
Si. Esa es la sensación que uno tiene luego analizar todo lo que se ha dado antes y durante el proceso electoral del pasado domingo. Mi postura no se deriva de los resultados electorales que hemos tenido en la ciudad de Quito (que a muchos ha sorprendido y desanimado) sino de problemas que se arrastran del pasado.
Uno de los aspectos centrales del proceso de transición y de retorno a la democracia a fines de los años setenta fue dar un protagonismo especial a los partidos políticos. Es decir, ir hacia un sistema de partidos sólido y fuerte. No obstante, pese a la crisis que sufrieron en la década de los ochenta, noventa e inicios del 2000, el régimen de Correa se encargó de debilitar más el sistema de partidos, fortaleciendo eso sí a su movimiento político y a sus aliados.
Si en la época del correismo el número efectivo de partidos (NEP) disminuyó, durante los dos últimos años hemos sido testigos de un fenómeno contrapuesto: la ebullición de los partidos. Actualmente tenemos un sistema pluripartidista o pluralismo extremo. En las elecciones del domingo participaron 81 278 candidatos de 280 organizaciones políticas.
Este hecho ha provocado en el electorado mucha confusión y, sobre todo, dispersión del voto. En el caso de Quito tuvimos 18 candidatos a la alcaldía. El voto se concentró en cuatro candidatos: Jorge Yunda, Luisa Maldonado, Paco Moncayo y César Montúfar. Sin embargo, Yunda gana la alcaldía con apenas el 21,34%. Esto le resta legitimidad y le va a forzar a llegar a un entendimiento con otras fuerzas políticas.
Este problema se da no tanto por el Código de la Democracia vigente sino por la laxitud y flexibilidad en la aplicación de la norma de parte del Consejo Nacional Electoral (CNE).
Si vemos en perspectiva lo que ha sucedido luego de 40 años, se mantienen los mismos problemas de antes. A más del exceso en el número de organizaciones políticas, éstos siguen actuando como organizaciones caudillistas, como maquinarias electorales, recurriendo a prácticas populistas y clientelares. Hay incluso una seria dificultad de las agrupaciones políticas para articular intereses diversos. Sus lazos con la sociedad son débiles. Funcionan en torno de personalidades más que a programas. Por ello, los electores desconfían cada vez más del sistema.
Eso es lo que me lleva a pensar del Ecuador como ejemplo de democracias disminuidas. Una democracia en la que, pese a tener un gran número de partidos, éstos no actúan como tales. Siguen siendo canales perniciosos de representación, incapaces de articular los intereses de la sociedad.
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