En los países de Europa del norte la delincuencia es mínima. La han reducido a medida que han ido disminuyendo las desigualdades sociales. En EEUU la delincuencia es alta, a pesar de que es la primera potencia mundial, pero es el país más desigual entre los estados industrializados. Esto nos refleja que no es un asunto de buenas o malas personas, sino del tipo de sistema.
Las élites, responsables de las desigualdades, han introducido el mensaje de que es un problema de buenos y malos, para no asumirlo y desviar la atención. Asimismo han instalado la noción de que los DD.HH. sirven para proteger a los delincuentes. De que los defensores impiden que las fuerzas públicas actúen con contundencia. Es decir, que los maten. Pues, son gente mala y hay que eliminarlos. Pensamiento fascista.
Hay un desconocimiento de qué son los DD.HH. No solo significa que todos tengan un trato justo por la Policía, sino que todos tengan acceso a tener trabajo, educación, comida, vivienda, salud, etc. Es decir, el derecho a que no sean pobres. Lo que quiere decir que no se cumplen los DD.HH. Solo unos pocos la tienen. Si todo el mundo pudiera tener DD.HH. no habría pobres, por ende, delincuentes.
Queda claro que es un asunto social. Evidentemente, que resolverlo es un tema de largo plazo y que se necesita una reacción inmediata y eficaz. Se necesita mano dura. Pero si esta mano dura a los delincuentes, no va acompañada de mano dura a este sistema y se lo extingue, solo se convierte en una neoinquisición en la que no solamente los delincuentes saldrán destruidos, sino principalmente los disidentes de las élites, los críticos contra el capitalismo, el patriarcado, el racismo, el sexismo, el clasismo, etc.
Siendo ese su objetivo. No son los delincuentes esencialmente, sino los que quieren otro mundo, que no necesariamente viene por la izquierda, y que es el malestar de mucha gente del pueblo ante sus fracasos en distintos lugares. De ahí, que la tercera vía es la salida.