Dos culturas y un proyecto educativo

En los foros de la UNESCO no ha cesado la discusión sobre las políticas educativas que los Estados buscan poner en práctica tomando en cuenta los inéditos desafíos que el mundo de hoy imponen al hombre contemporáneo.

Antes, ya había aflorado cierta acerba polémica en la que se disputaba si aún era válido el modelo clásico bajo el cual muchas generaciones se habían formado, modelo que propugna una educación centrada en el culto a las humanidades o debía preferirse otro, más acorde con los nuevos tiempos, que prioriza el estudio de las ciencias.

En una época como la actual, en la que priman los valores de lo útil y lo práctico, conmocionada por avances científicos cada vez más espectaculares, el conocimiento humanístico podría parecer nada práctico e incompatible con el espíritu del siglo.

Había pues que decidirse con quiénes dialogar y a quienes dispensar afectos y preferencias: si a Shakespeare, Miguel Ángel y Bach o, por el contrario, a Darwin, Pasteur y Einstein. Esto es, escoger entre dos modelos educativos, entre dos culturas: la humanística o la científico-técnica.

En esta infortunada discrepancia acerca de la preeminencia de una de estas culturas sobre la otra, no se ha tomado en cuenta el hecho de que ninguna de ellas disputa el campo de la otra; se complementan, la una ofrece aquello que carece la otra.

La diferencia fundamental entre las dos está en la dirección de sus miradas: las ciencias vislumbran el futuro, miran adelante; descubren nuevos fenómenos del vasto universo que, luego, servirán para fabricar artefactos que tornarán más placentera la vida humana.

Las humanidades, en cambio, miran al pasado; hacen un balance de la gran herencia histórica que ha ido forjando la humanidad; regresan a las grandes creaciones espirituales e intelectuales de hombres y mujeres de todos los tiempos: la filosofía, la historia, la literatura, el arte, la música.

Un proyecto educativo equilibrado toma en cuenta las dos culturas, las dos disciplinas: una dosis suficiente de humanidades y otra de ciencias puras y aplicadas. Y ello obedeciendo a la compleja naturaleza del ser humano, el sujeto de toda paideia entendida esta como transmisión de valores y saberes técnicos.

A despecho de aquellos que predicen el ocaso de los humanismos habrá que recordarles que lo esencial del ser humano es su libertad, la afirmación del espíritu, el rechazo a toda forma de coartar el pensamiento.

En esos países en los que es notorio que se carece de todo esto, cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene educar a la población si no hay libertad para expresar un pensamiento distinto, si se la adocena bajo una idea fanática a la que, además, contradice la realidad del mundo, si no se la educa en la responsabilidad de ser libre? Lo realmente anacrónico son las dictaduras, ellas encarnan esa primitiva pasión que desprecia lo humano.