Durante casi 20 años me desempeñé como profesor en la Facultad de Jurisprudencia de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador. En este período, como forma de reforzar el aprendizaje de los alumnos, les solicitaba la realización de trabajos monográficos. El tema lo elegían los estudiantes, pero yo lo aprobaba teniendo en consideración dos aspectos: el primero, que sea relativo a la materia de la cátedra; y, el segundo, que otro compañero no lo haya seleccionado previamente. No autoricé trabajos en conjunto, puesto que uno de los fines es que el estudiante amplíe sus conocimientos con una investigación individual. Conocí casos de trabajos mancomunados, en que uno lo hacía porque los “ocupados” no “tenían tiempo”. El “matón” (ahora conocido como “nerd”), estudiaba y los “hermanos de aula” se beneficiaban del esfuerzo ajeno.
En ocasiones dirigí tesis de grado, y en otras fui informante de este tipo de trabajo, previo a la obtención del título de abogado o doctor. Una vez que supe de la existencia del “rincón del vago”, pedí al ayudante de cátedra que entre a esta página web e intente ver si hubo copia en la monografía entregada. En varias ocasiones “descubrimos” que frases de tratadistas de Derecho habían sido transcritas por el estudiante, sin siquiera mencionarlo, menos escritas entre comillas. Esto significaba un cero como nota en el trabajo. Cuando detecté estos horrores en las tesis de grado, no permitía que el plagiador se gradúe, a menos que pase un tiempo y realice un nuevo trabajo, con un tema distinto al inicialmente copiado.
Ser plagiador, individual o en manada, denota nada de ética, ni moral. Hacerse “dueño” de las investigaciones, estudios, esfuerzo y lecturas de otros, demuestra una baja calidad humana y un pobre desarrollo intelectual. Deja ver el escaso crecimiento intelectual y de conocimientos que no le permite desarrollar ideas propias… ¿las tienen estos individuos? Plagiar, según el Diccionario de la Lengua Española, es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Si la copia es en conjunto, la falta de ideas e interés de superación son más amplias. El afán de tener un título, en estos casos, es para que lo traten de “doctor”, “ingeniero”, economista”, etc. Pero se olvidan que la categoría de “señor” la perdieron, si es que alguna vez la tuvieron.
Colaborar con este tipo de “profesionales”, plagiadores de obras, es peligrosísimo. Si estos sujetos ocupan cargos públicos, podría ocurrir que hasta copien planes e ideas de otros gobernantes, y ahí “botan jodiendo” a millones de ciudadanos.
Los plagiadores, además de demostrar una sequía intelectual y de conceptos, cometen el delito previsto en el artículo 324 de la Ley de Propiedad Intelectual. La sanción es de hasta 3 años de prisión.