Nuestras vidas se definen por tres expectativas: las que otros tienen de nosotros, las que tenemos de nosotros y las que tenemos de los demás. Si nuestros padres están convencidos que seremos unos fracasados, lo más probable es que lo seremos. Si creemos que saldremos de la pobreza, saldremos. Si pensamos que quienes nos rodean son inútiles, lo serán.
Cada día, al levantarnos, definimos las posibilidades de cuan productiva y hermosa será la jornada, lo cual es difícil cuando el país se inunda de expectativas terribles sobre nuestro futuro como nación. Miles de voces alertan del espantoso país que están construyendo nuestros gobernantes, sin entender que alientan a que eso suceda. Todos piden cambios, pero nadie cambia su forma de ser ni de opinar. De hecho, revertir el actual modelo a uno exitoso y paradisiaco, es la oferta de los populistas, que con ellos de retorno al poder, todos los males actuales desaparecerán. Ofertan aumentar la fuerza y velocidad del auto, lavando la carrocería sin hacer la costosa reparación del motor.
Nuestras condiciones de vida son el resultado de nuestros pensamientos y el mundo exterior es un reflejo de nuestro mundo interior; la gran ventaja es que en lo único que los humanos tenemos poder real, son nuestros pensamientos. Si ubicamos a los malos y los cambiamos por buenos, es el inicio del cambio hacia el bienestar, pero no es un camino fácil, porque lo común es criticar, quejarse, acusar, insultar y ello nos consume gran parte del día, de la energía, direccionamos nuestras acciones hacia otros y no en beneficio propio.
Es normal ser negativo, de hecho, tenemos más palabras -en todos los idiomas- para describir emociones negativas que positivas; es normal pensar que seremos pobres toda la vida, por ello cuando nos hablan de riqueza y abundancia, las rechazamos. Es normal tener nuestra propia profecía catastrófica y en función de un destino evitamos planificar, pero quien fracasa al planificar, planifica fracasar.