Correa al descubierto

De cuerpo entero se te vio, Correa, piedra en mano, atacando a tus compatriotas; armado de antorchas de odio se te descubrió incendiando la Contraloría, en la vana pretensión de quemar las evidencias que te acusan; disfrazado con plumas actuaste para destruir los pozos petroleros; matando a viejos honorables árboles bloqueaste las vías que llevan pan y agua para la vida; de foráneos mercenarios te valiste para ensangrentar las protestas; con palos expulsaste de su honrado trabajo a buenos campesinos infundiéndoles temor y prestándoles tu odio; con tu habitual astucia manejaste a tus títeres violentos, sembrando el terror, a fin de tomar el poder y asegurar la impunidad para el saqueo de diez interminables años.

Pero te equivocaste: el pueblo, al volverse testigo de la maldad que ensangrentó ciudades y campos, vio tus verdaderas intenciones.

¡Regodéate en tu vanidad de oropel! Ya tienes ganado el título de máximo tirano de la historia tormentosa de nuestra república. Has multiplicado en número y gravedad las arbitrariedades del pasado y te has convertido en la encarnación del mal encaramado en el poder. Tu cinismo ha labrado rasgos mefistofélicos en tu rostro; y, como el perro que sostenía la vela para que Santo Domingo leyera los libros santos, te has convertido en el pirómano portador de la antorcha que permite leer, en toda su inhumanidad, los dictados de tu alma y del socialismo que pregonas.

Nunca el Ecuador había vivido momentos tan angustiosos y violentos como los que tú y tus huestes prepararon meticulosamente y ejecutaron sin piedad, engañando al campesinado y a los trabajadores, a diestra y siniestra. Ahora, es claro que has conquistado la condena y el repudio generales. Más solo que nunca te despertarás en Bélgica y seguirás rumiando tu venganza, porque el pueblo te ha hecho llegar su mensaje de rechazo final.

De nada te valdrán tus serviles compañeros de ayer. Cada uno estará empeñado en proteger sus haberes y deslindar responsabilidades. Algunos ya te han acusado. El imperio que quisiste construir para que durara trescientos años, como el del Führer nazi, ha expirado. Pero el sufrimiento que causaste al fomentar rebeliones contrarias al interés de los más desposeídos no será olvidado. Deberías terminar tus días, acompañado por quienes te sirvieron ciegamente, pagando tus excesos y maldades con los castigos impuestos por la ecuatorianidad herida.

Libre de ti, el país podrá construir la verdadera justicia e igualdad social sólidamente fundadas en la ética, la ley y la solidaridad. Su primera prioridad deberá ser una educación que fortalezca la esencia de un Ecuador pluricultural pero unitario. Con mejor educación hablará la sabiduría y callarán las piedras. Pero tú ya no serás parte de esa historia. Tú, Correa, has muerto para el pueblo ecuatoriano.

Suplementos digitales