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Uno la mía a las múltiples voces de dolor e indignación por el vil asesinato de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, y expreso mi profundo pesar a sus seres queridos y amigos, y a todos quienes, como yo, están vinculados a esta noble casa que es EL COMERCIO. No les conocí, pero, como millones de nosotros, me identifico con ellos y con sus familiares.
He dedicado buena parte de mi vida a la resolución de conflictos, al diálogo, a la búsqueda de la paz, a los esfuerzos por prevenir la violencia y, si no se la pudo evitar, por frenarla. Pero precisamente por mi profundo compromiso con la paz, es mi obligación preguntarme: ¿Es aceptable dejar que cunda la violencia, en especial contra quienes no representan ninguna amenaza ni se pueden defender a sí mismos? ¿Es la paz un bien tan preciado que pesa más que cualquier otro, y que debe ser priorizado no importa el precio? ¿O hay valores superiores?
Mi respuesta es que hay por lo menos un valor superior, que es precisamente la defensa de quienes no se pueden defender a sí mismos. Es a mi juicio lo que justifica el ejercicio, incluso violento, del poder. Concuerdo que se debe buscar a los asesinos de los tres miembros del equipo periodístico de El COMERCIO y, si son identificados y aprehendidos, que deben ser procesados bajo la ley, y castigados de acuerdo con ella. Y concuerdo también con que si se resisten o contra-atacan, será legítimo el uso de violencia total contra ellos.
¿Para qué? Sobre todo, a mi juicio, para dejar en claro que como sociedad organizada asumimos la Responsabilidad de Proteger, que hasta acá no hemos asumido ni en el país ni frente a las atrocidades del régimen venezolano. Y no de proteger a los narcotraficantes, ni a los guerrilleros del ELN, ni a disidentes de las FARC que aún pretenden mantenerse en su perversa lucha, sino de proteger a las poblaciones civiles que habitan la zona fronteriza, a las propias fuerzas armadas y del orden que operan en ella, y al resto de nosotros que, según las dolorosas evidencias, estamos ahora expuestos a los horrores que durante décadas asolaron a Colombia.
No hemos asumido la RdeP. Les hemos fallado, de la manera más vil, a Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, y a sus familias quienes hoy lloran esta terrible desgracia, que pudo haber sido evitada, no solo en los momentos de su captura sino mucho antes, cuando por intereses inconfesables, que debemos esclarecer, se permitió que los violentos se hagan amos y señores de partes del país.
Me he opuesto siempre, y me opongo con igual fuerza hoy, a los que primero ejercen la violencia: son los responsables de arrastrarnos a todos a ese despeñadero. Pero arrastrados que fuimos, debemos tener la integridad y la fortaleza para responder, no para vengar, pero sí para ejercer nuestra legítima defensa.