No se trata de alusiones a algún funcionario de antes o de hoy; tampoco es una propaganda solapada de un local de comida que lleva este imaginativo nombre, pero con mayúsculas. Porque la geografía nacional está llena de apelativos creativos entre los que brilla con luz propia La Ambulancia del Sabor, frente a otros tan desafortunados, no solo en términos gastronómicos, como El Armadillo o El Tiburón.
Es, sobre todo, un intento de abordar un tema urgente para los ecuatorianos: si por un lado hay desnutrición crónica en niños menores de dos años, por otro nos aquejan altos índices de obesidad infantil entre escolares: en este último problema, pasamos al preocupante 35,4% en 2019, mucho peor que el nada honroso 29,9% que ostentábamos hasta 2012.
Consideramos como algo normal, aunque no necesariamente debiera ser así, que en la edad adulta padezcamos enfermedades cardiovasculares y otras relacionadas con problemas metabólicos. Pero el hecho de que no hayamos podido superar los graves índices de morbilidad en menores de edad y, además, estemos haciendo mal la tarea con nuestros escolares, es una muy mala noticia.
Hace muchos años leí ‘Saber alimentarse’, un pequeño libro del brillante Plutarco Naranjo del que se me quedó grabada una imagen poderosa: tenemos varias herramientas para medir el peso y los factores metabólicos (hoy la tecnología nos provee de dispositivos entonces insospechados), pero el cinturón que usamos todos los días o la ropa es un medidor tan útil como el mejor instrumento.
Somos el producto de lo que determinan nuestros genes (aunque ahora se habla de una metagenética que puede ayudar a mejorar el paquete original), pero también somos lo que consumimos y lo que hacemos.
Y no solo se trata de la actividad física sino de cómo sobrellevamos el trabajo, las relaciones y las tensiones, y de cómo tratamos a nuestro sistema inmune, cuya parte más importante al parecer está en el intestino, aquel regulado por ministerios como el de las papas con cuero, el del menudo y de la comida rápida, las bebidas carbonatadas y otras linduras que ingerimos con más gusto que culpa en escuelas, colegios y universidades.
Si bien al iniciar el año nos preocupamos un poco por nuestra salud, ni siquiera consideramos lo que está pasando con la salud a escala pública. Si una parte de la población simplemente no puede elegir lo que come porque enfrenta hambre, con todas las consecuencias para su vida posterior, hay otra que tiene la capacidad de elegir, pero lo hace mal.
‘Influencers’, políticos y funcionarios debieran estar en campaña para enfrentar con seriedad el problema. No es difícil imaginar el futuro que le espera a un país que no tiene ideas claras ni sobre su educación ni sobre su salud. Llámese del hornado o como sea, se necesita un ministerio que trabaje ya.