En una reciente entrevista radial, expresé el criterio de que se debió haber dado, hace mucho tiempo, una intervención de fuerzas democráticas latinoamericanas en Venezuela para liberar a ese pueblo de la tiranía a la cual está sometido. Compartía los micrófonos otra invitada, quien comentó de inmediato que ella jamás podría aprobar actos de violencia, y expresó sorpresa porque yo, que he dedicado gran parte de mi vida adulta al manejo y la resolución de conflictos, pudiese plantear lo que acababa de plantear.
Me parece que acá se evidencia una peligrosa confusión: al parecer, la Doctora a quien me refiero, y otras personas más que me han hecho comentarios similares, confunden una decidida vocación por buscar soluciones pacíficas a las controversias, a la cual en efecto me he dedicado largamente, con el pacifismo, que es la voluntad de aceptar cualquier condición, por inicua y moralmente inaceptable que ésta sea, a cambio de la paz.
Una de las notables figuras del siglo XX, el filósofo y matemático británico Lord Bertrand Russell, se declaró pacifista al inicio de la Primera Guerra Mundial, y expresó su vehemente oposición a la declaración de guerra que hizo Gran Bretaña, y a la conscripción que por primera vez se instauraba en ese país. Luego, en 1939, cuando Gran Bretaña volvió a declarar la guerra a Alemania tras la invasión de Polonia, y se inició la Segunda Guerra Mundial, Russell se declaró a favor de esa declaración. Cuestionado por sus antiguos amigos pacifistas, expresó de manera clarísima su comprensión de este difícil tema. “El uso de la fuerza se justifica,” dijo, “cuando se la utiliza para defender a quienes no pueden defenderse a sí mismos.”
No se trata de la justificación de la violencia en primera instancia, del ataque artero y abusivo por parte del más fuerte. Se trata más bien del triste reconocimiento del hecho que existen muchos en este mundo con quienes no es posible la solución pacífica y dialogada de un conflicto, que busca la satisfacción de las necesidades e intereses de las partes.
Cuando Bertrand Russell aceptó que Gran Bretaña declarase la guerra, se había dado ya ese penoso momento en el que, ondeando el papel que había firmado en Munich junto con Hitler, el entonces Primer Ministro de Gran Bretaña Neville Chamberlain hizo la tristemente ilusa declaración de que “Habrá paz en Europa.” No la hubo. Fue finalmente necesario entrar en el horrendo proceso de la guerra, no porque ésta sea buena, sino porque es menos mala que permitir que se cometan abusos insondables solo por preservar la paz.
Si la enfrentamos con honestidad, la búsqueda de la paz nos coloca, continuamente, frente al durísimo dilema de tal vez rechazarla, porque tenemos una obligación moral aún más profunda, expresada elocuentemente por Lord Russell.