La “guerra al grafiti” declarada por el Municipio de Quito cobró su primera víctima: un vagón del metro. En la madrugada del 9 de septiembre 20 personas armadas con cuchillos –según el Cabildo- entraron a la cochera del Metro para pintar uno de sus vagones. Ocurrió un día después de la celebración del 40 aniversario de la declaratoria de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad, que el Instituto Metropolitano de Patrimonio quiere que sea recordado solo como Patrimonio Mundial… ¿Quito vive una decadencia cultural?
El grafiti es práctica común en los metros del mundo, como lo testifican los de Santiago, México, San Pablo, Buenos Aires; como los de Nueva York, París, Madrid. Si es una tradición generalizada tres preguntas saltan a la vista: Primera: ¿Cuál fue la razón para traer los vagones con tanta anticipación? El metro se inaugurará en noviembre del año entrante y las pruebas se iniciarán en julio del 2019.
Segundo: ¿Porqué se pintan los buses y metros? Una cuestión clave que el municipio no sabe distinguir: el grafiti en un muro es distinto al del transporte; el del muro es estático, marca el territorio de los colectivos y construye un relato de identidad del parque, la calle o el barrio. Se trata de pinturas que transmiten su memoria, buscan reconocimiento y apropiación del espacio. Por eso el grafiti es un tema de espacio público; del lugar donde se construye cultura ciudadana.
El grafiti en el transporte público es móvil y expresa los sentidos de los grupos juveniles que se inscriben en la lógica ¨vandals”, como tendencia internacional de ruptura (por eso la solidaridad con los grafiteros del Metro de Medellín) y como forma de ensamble con otros géneros como la música (Rap, Hip Hop). Esa movilidad logra visibilidad en distintos lugares y ser vistos masivamente.
Tercero: ¿Porqué Rodas y Zapata no generaron precauciones mínimas para que esta tradición común en los metros del mundo no llegue al de Quito? Más aún si en la guerra toda acción genera una reacción: ¿Estos grafitis del Metro no serán una retaliación? El ofrecimiento de una recompensa por USD 100 mil a quien delate a sus autores, es una propuesta similar a la del Gobierno contra “Guacho”, lo cual muestra una mirada desproporcionada y un procesamiento errado: la guerra.
El grafiti del metro y la política municipal han levantado el debate sobre cómo procesar el arte urbano, callejero o vandals en el espacio público, que desgraciadamente ha seguido la misma lógica de la polarización reinante: la criminalización basada en la limpieza o higienización del espacio público versus la tolerancia extrema; se ha producido un efecto perverso: los mismos muros han servido para que los grafiteros escriban y pinten contra la guerra planteada por el municipio. Hay que romper esta lógica mediante el diálogo, el debate y el conocimiento de la problemática.