Colombia, una nueva oportunidad

Juan Manuel Santos ha sido reelegido presidente de Colombia, por un nuevo período de cuatro años. Obtuvo el 51% de los sufragios, con lo que aventajó a su contendiente, Óscar Zuluaga, por 900 000 votos. Revirtió sin margen para la duda, la derrota que había sufrido en la primera vuelta. Esta vez, con el apoyo de la izquierda, recibió la confirmación de un mandato implícito orientado a tratar de sellar la paz con la guerrilla marxista, poniendo fin a una etapa dolorosa de violencia inhumana que azotó despiadadamente a Colombia por medio siglo.

El presidente Santos deberá esforzarse por trabajar en la conclusión de un difícil proceso de paz que, en rigor, está a mitad de camino, con importantes y complejas cuestiones abiertas. Entre ellas, por ejemplo, la que se refiere a las graves responsabilidades que caben a quienes, a lo largo de medio siglo de desalmado extravío, cometieron toda suerte de aberrantes crímenes de guerra: delitos de lesa humanidad perpetrados en el transcurso de un largo conflicto armado interno, con centenares de miles de víctimas civiles.

La impunidad de sus autores no es, ciertamente, la respuesta adecuada. Reconciliarse no supone naturalmente generar injustificados perdones para beneficio de algunos. Cuando ellos se producen, la reconciliación de la sociedad inevitablemente se dilata y los actores difícilmente superan los conflictos que, en su momento, derivaron en los duros enfrentamientos armados que ha sufrido Colombia. Para resolver adecuadamente los temas abiertos deberá existir, entre ambas partes, un clima de sinceridad y buena fe, lo que supone advertir la obvia necesidad de que se asuman las responsabilidades.

Colombia tiene claramente una nueva oportunidad de alcanzar la paz. Tanto con las FARC como con el ELN, grupo guerrillero que ha operado muy cercano a Cuba.

El horizonte máximo para cerrar con éxito el proceso de paz parecería ser de cuatro años, es decir, la duración del nuevo mandato del presidente Santos. Dilatar la definición de los consensos sobre las cuestiones aún no acordadas supondría burlar la esperanza de paz que expresa la comprensible ansiedad del pueblo de Colombia.

Por ello, las negociaciones deben continuar con ritmo sostenido. Y el presidente Santos deberá mantener a sus conciudadanos y al mundo debidamente informados acerca de la marcha de esos diálogos, con transparencia y prudencia. La región seguramente lo respaldará en sus esfuerzos, porque después de la reciente elección presidencial a la que el propio Santos ha calificado de verdadero plebiscito, está claro cuál es la voluntad mayoritaria del pueblo colombiano.

La unidad interna de Colombia resultará imprescindible en busca del objetivo común de poner fin a los conflictos armados asegurando la paz, con la verdad, haciendo justicia y reparando debidamente a las víctimas inocentes.

La Nación, Argentina, GDA