Como todo hay que decirlo, admito que al principio entré en pánico (lágrimas incluidas). Pero conforme han ido pasando los días y las cosas han cobrado su real dimensión, una rara y reconfortante tranquilidad me ha invadido… Déjenme contarles por qué.
También pueden pensar que estoy loca (es una posibilidad que nunca se debe descartar), pero a mí esos hipersensibles que nos quieren clausurar las entendederas –utilizando el manido y efectivo método del que más palancas tiene en el juzgado– me importan un salado rábano. Porque no me pueden hacer nada ni quitarme lo que verdaderamente me importa.
Por ejemplo, díganme ustedes cómo se las van a arreglar para arrebatarme el recuerdo de mi hermano Daniel; los 23 años que compartimos entre juegos, peleas y diabluras… No pueden.
De esto me di cuenta recién el viernes –disculparán, es que soy un poco lenta–, mientras escuchaba a María Fernanda Restrepo hablar en la radio del documental que realizó sobre la desaparición de sus hermanos; afuera llovía y ella hablaba de la memoria: tan frágil e inasible, pero tan poderosa. Magistral.
Por eso me ratifico: podrán cerrar todos los periódicos, radios y canales de televisión o desmontar por completo el sistema de conexión a Internet en los 256 370 Km cuadrados del territorio nacional, pero no podrán quitarnos la memoria de las cosas, los lugares y la gente querida; tampoco aquella donde vamos guardando todo lo que ellos –los hipersensibles– están haciendo (que no es poco).
Pero si quieren que les diga toda la verdad, para mí es como si no existieran. Tal vez se deba a que estoy madurando y ya no les tengo miedo a los cucos; esos que habitan dentro de los closets o debajo de la cama solo si uno cree en ellos.
Me curé de espanto con el siguiente método, que comparto aquí por si les sirve: cada vez que una cadena nacional o un cuco irrumpe en mi espacio apago la radio o la televisión y me dedico a la lectura. Bueno, a veces también aprovecho para limarme las uñas.
Esa es otra, jamás de los jamases tendrán la posibilidad de quitarme mi territorio de lectura. Además de inexistentes, son impotentes; así que no hay por qué temer. Ánimo.
Y si mis razones para no tener miedo no les convencen, déjenme decirles solo algo más: los hipersensibles son como esas fieras que huelen el miedo a kilómetros, y cuando lo huelen atacan. En cambio, si uno va campante por la vida con sus planes, recuerdos, afectos y sueños intactos, sin darles ninguna importancia –porque no la tienen, son temporales como una llovizna ‘espantabobos’–, no les queda más que irse con su carroña a otra parte.
Así que cero miedo, mis estimados. Que aquí no pasa nada, porque no existen, porque no son nadie, porque no nos pueden quitar nada que realmente importe.