“Mejor es el pobre que camina en integridad que el de perversos labios y fatuo” Prv. 19:1
El adagio popular “no hay peor ciego que el que no quiere ver” rige en la vida de nuestro país. Es inexplicable la afectación psicológica colectiva que se proyecta en el respaldo de una buena parte de la población a los políticos corruptos que la asaltaron.
Una larga tormenta de inmoralidad azotó, por más de una década, a la nación: el irrespeto a la ley, la intromisión en la justicia y la irrefrenable sed de dinero y poder, caracterizaron al mandato de los multimillonarios atracos, cuyos autores y cómplices han sido juzgados, en la mayoría de casos, en procesos ampliamente difundidos.
Es sorprendente que, pese a que el país fue víctima del peor atraco comprobado de nuestra vida republicana, existan dos millones de ecuatorianos que lo aplaudan, mientras quince millones guardan silencio.
La prolongada concatenación de actos ilegales llegó al clímax con la anulación de los controles al narcotráfico y el consecuente acercamiento del Ecuador hacia los cárteles de la droga y de la delincuencia organizada. El nefasto gobierno estableció, con ellos, el status quo de no agresión, ni represión, a cambio de la incorporación de miembros activos de esas mafias a la política, para alcanzar conjuntamente su inclusión en las más altas esferas gubernamentales. Esos pactos culminaron en sangrientos enfrentamientos, en las cárceles y en las calles, por la disputa de liderazgos en las redes del narcotráfico mundial, para obtener más poder y mayores beneficios económicos.
Los actos de corrupción son innumerables, los más escandalosos: la construcción de la refinería del Pacífico en Manabí a un altísimo costo que culminó en un terreno aplanado; la fallida repotenciación de la refinería de Esmeraldas, diez veces más cara que su presupuesto inicial y el transporte de droga líquida en el interior de la valija diplomática.
El país necesita un gobierno honrado, conocedor y decidido. Anhelamos que todos conozcan el vergonzoso pasado y busquen un futuro límpido.