El tiempo es oro. Tanto aquel dedicado al trabajo tesonero cuanto el que se destina al descanso, el fin de semana y el feriado: valen oro.
Y para nada me refiero al valor crematístico del tiempo, sino a aprovecharlo en algo productivo, creativo, claro está, pasarlo con familiares o amigos; o el ocio, la lectura, escuchar música, el descanso o la asistencia al cine, al teatro o espectáculos.
Para nada comparto las críticas que se emiten en cuanto a la cantidad de feriados. Muchas veces se hace cuentas alegres cuando se afirma que en otros países hay menos vacaciones y feriados que aquí.
Cabe comentar, por ejemplo, que según datos publicados por EL COMERCIO, más de USD 62 millones se movieron en el feriado de Carnaval. Ese dinero circula, da trabajo a mucha gente -aun cuando sea de modo ocasiona -, la restauración y la hotelería funcionan. Es verdad que habría que mejorar sustancialmente la calidad de los servicios y no abusar de los precios. Hay costos equivalentes a hotel de cinco estrellas cuando algunos apenas merecen una punta del astro, y no brillan, precisamente.
Otro aspecto comentado es aquel de la producción colosal de basura y de la poca educación, falta de respeto al espacio público y la bofetada a las demás personas.
El cartelito que reza: ‘sea culto, arroje la basura por la ventana’, tan escueto como irónico en sí mismo, que pende en algunos buses, parece, norma de ‘limpieza’ cuando es todo lo contrario, un signo de barbarie.
De las ventanillas de los autos particulares también lanzan cáscaras de naranjas, bolsas plásticas y hasta pañales, cuando no, una tarrina con restos de comida.
El feriado de Carnaval, es, según las estadísticas, aquel en que se mueve más gente en nuestro país. Se nota.
Quito no ofrece atractivos en estas fechas, salvo su paisaje. Transitar por el Centro Histórico ya es una audacia, se puede perder el celular, tropezar con desperdicios, herirse la vista con espantosos grafitis, escuchar la oferta estridente de vendedores ambulantes, sortear sus prendas en la vereda o negarse que le adivinen la suerte. Cabe cuestionarse si la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad no debiera ser compromiso de vecinos y autoridades. Quizá por eso la gente que puede huye de Quito, esperando que al regreso su casa esté intacta y no haya recibido la visita de los amigos de lo ajeno.
Y como todo lo bueno se acaba llega el retorno. Y las famosas carreteras de la revolución nos dejan aparcados en trancones monumentales (casi dos horas entre el río Jambelí -próximo al peaje que baja del páramo -, hasta Tambillo. Un absurdo).
Los policías hacen quiromancias para dirigir el tránsito; los ambulantes ofrecen de todo. Si hay un accidente, el trancón será eterno y si se tratase de un daño severo en la vía: colapso total. La revolución olvidó de caminos alternos, de esos que no aparecen en la tele, en buenas condiciones. El retorno del feriado nos lleva a la cama .Todo un calvario y apenas entramos a Cuaresma.