Los buenos y los malos

Hace muchos años dejé de creer que la gente o era buena o era mala, y que si no te encasillabas en un lado, caías necesariamente en el otro. Esa forma de ver el mundo resulta tan infantil y simplista como creer que los ateos son perversos y los creyentes seres de luz y virtuosismo, o que todo el pensamiento de la izquierda confluye en el comunismo y el de la derecha en el fascismo o en el nazismo.

Lamentablemente en nuestra sociedad subsiste aún la visión pueril de encasillar a la gente, a propia conveniencia, entre buenos y malos, dependiendo de si están o no de acuerdo con nosotros, o si combaten o discrepan con nuestras ideas, creencias, ideología o formas de ser o actuar. Recordemos tan solo aquel término de uso coloquial que divide a “la buena gente” de “la mala gente” bajo la acepción de vertiente xenofóbica originada en la rancia aristocracia colonial de la que hoy todavía quedan unos pocos especímenes.

En política actuamos de la misma manera, pues sus actores principales, en una inmensa mayoría propensos al caudillismo, se posicionan en un lado u otro del tablero de juego que propone el tirano mayor de turno: el de los buenos y los malos, o mejor dicho el de los buenos contra los malos, que al final se convierte inevitablemente en una triste batalla de todos contra todos.

Así, abonado el terreno para el florecimiento de nuevos aspirantes a líderes supremos, el juego de la política se practica hoy más que nunca bajo las reglas del juego de los buenos y los malos. Y hasta tal punto se ha descompuesto el debate, si es que se le puede llamar así a esta suerte de riña barriobajera, que lo único que importa en ese caótico tablero es la descalificación o la destrucción del opositor, el ataque, la injuria y la revancha sumadas a la ambición desmedida de alcanzar el trono lo antes posible, y con él, por supuesto, el poder en su concepto más amplio.

No debe extrañarnos, por tanto, la proliferación de candidatos para todas las elecciones, pasadas y venideras. Al final, casi todos creen que ellos y solo ellos han sido los elegidos por algún sino celestial para ejercer ese cargo que fue hecho, según el fuero interior de cada uno, como un traje a su medida.

Son muy escasos los políticos que exhiben en estos tiempos propuestas serias y objetivas, y más escasos aún los que tienen hojas de vida limpias con perfiles orientados a la carrera política. Son muy pocos los políticos que cuentan con proyectos de mediano o largo plazo en los que se prescinda de nombres propios y se destaquen objetivos encaminados hacia el bien común sostenidos en sistemas democráticos sólidos.

Y es que el juego de los buenos y los malos no solo nos ha llevado a niveles alarmantes de mediocridad e improvisación y ha empobrecido el debate hasta su cota más baja, sino que además nos obliga a todos a entrar en ese juego con la disyuntiva perversa de elegir a unos para eliminar a otros.