Que más niños y niñas vayan a los primeros años de las escuelas es el logro más visible del gobierno en materia educativa. Es una meta que ha sido felicitada por todos y relievada en el Informe a la Nación. Sin embargo, a estas alturas de más de cuatro años de gestión y de una inversión significativa es insuficiente y preocupante en el marco de una publicitada “revolución educativa”.
Cierto es que más niños y niñas se matriculan en los primeros años pero muchos de ellos no culminan sus estudios de básica y peor aún de bachillerato, con lo que su proceso de formación y su proyecto de vida se frustran. Ahora mismo, en estos días, la falta de colegios de calidad cerca a los domicilios hace que nuevamente cientos de padres de familia hagan largas colas por un cupo para sus hijos.
Las políticas de distribución gratuita de textos escolares, la eliminación de los 25 dólares en la matriculación, el desayuno escolar y la entrega de uniformes demolieron con éxito algunas barreras económicas que impedían que padres de familia pobres envíen a sus hijos a las escuelas públicas, favoreciendo el cumplimiento del derecho a la educación. No obstante, la carencia de una estrategia sostenida de creación masiva del 8vo, 9no, y 10mo de educación básica, así como de bachilleratos, despoja al sistema de una capacidad de respuesta ante una creciente demanda creada en las bases. Frente a esta ola, la autoridad educativa nacional y determinados gobiernos locales crean barreras que impiden la libre matriculación de los estudiantes en octavo de básica, siendo las más cuestionables el otorgamiento de cupos a cambio de notas altas o de la asignación de matrículas a través de sorteos. De esta manera el mandato constitucional del derecho al acceso universal a la educación queda lesionado por estas medidas que configuran un operativo discriminador, elitista y antipedagógico que debería ser cuestionado por la Defensoría del Pueblo y por el Consejo Nacional de la Niñez, entidades que como otras “defensoras” de los derechos de los niños, brillan por su silencio.
Más niños van a las escuelas, pero van a las mismas escuelas mediocres de siempre. En tal sentido, el tema estructural de la mala calidad educativa no ha sido eficientemente combatido. Ha sido topado de manera parcial, auto referenciada y atropellada. El país no logra consensuar un concepto de calidad, un sentido de la educación y un proyecto educativo de largo aliento. Recién se inquieta por construir indicadores con un enfoque de derechos y algo avanza en estándares.
Persisten problemas en los textos escolares, en la formación y capacitación docente y en el currículo actualizado de EGB. La reforma al bachillerato se aplica sin preparación y aporte de los actores.
No es hora de aplausos sino de enfrentar los desafíos con todos.