La libertad es ese bien preciado que poseemos los seres humanos y que nadie, absolutamente nadie, nos lo puede arrebatar. Es la libertad de expresión aunque nuestra opinión no guste a todos pues somos mentes provenientes de diferentes culturas, educaciones, filosofías religiosas y políticas. Nuestro medio, cuando niños, nos forma de maneras distintas y nos permite ser únicos e incomparables así seamos hermanos de sangre. La libertad de expresión no es de nadie sino de cada uno de nosotros y debemos protegerla como si fuera un cuarto lleno de lingotes de oro, nuestra mayor riqueza.
Es simple, si pedimos su opinión a 10 personas, por decir un número, sobre un libro, un plato de comida, una obra de arte; difícilmente concordarán. Algunos quedarán fascinados, otros tendrán criticarán sin piedad y los demás quizá se conformen sin pasión. Pero los autores del libro, del arte culinaria o de aquella sobre lienzo, saben que han expuesto sus creaciones para que los gustos personales de los otros, sin miedo, expresen libremente sus pensamientos, es decir, hagan uso de su libertad de expresión, que por ser libre los hace únicos y valiosos comentaristas, críticos constructivos de creaciones de hombres y mujeres. Así como los valientes que proponen arte, ya sea a pincelazos, cucharones o con tinta y pluma, saben que lo hacen exponiéndose a la crítica o libre expresión de aquellos que leen, miran o prueban sus creaciones, los políticos con sus diferentes filosofías, exposiciones y actuaciones deberían saber que desde el inicio, cuando se lanzan a la vida pública, están exponiéndose a esos comentarios, críticas, al gusto o disgusto de quienes los escuchan, admiran o desprecian.
Los hombres y mujeres que se lanzan a la vida pública en pos del bien de la gran mayoría, definición aceptada en general para describir a un político, no debe nunca intentar silenciar a sus mejores críticos y por lo tanto guías en cuanto a su actuar, el pueblo, sea este pudiente o de niveles paupérrimos, sea este culto o que no haya tenido la posibilidad de educación, sea este de derecha, centro o izquierda, porque son su mejor espejo. Es en ellos, en la generalidad de los receptores del bien comunal, que los políticos, los dedicados al servicio de los demás encontrarán su verdadero reflejo. La imagen verdadera y clara de lo que están causando. Pero si callan este espejo a través de silenciar la libre expresión, coartándola, sometiéndola, sus propias imágenes se distorsionarán y nunca sabrán, en su vanidad desmedida, si sus hechos y sus palabras son las que el pueblo anhela esperanzado. La falta de libre expresión será a la larga un boomerang para los mismos que traten de imponerla.