Si el “tango es un pensamiento triste que se baila”, el bolero es deseo con visos de nostalgia (el pensamiento lleva al cuerpo). Melodía kitsch (letrillas urdidas por tópicos, clichés, cursilerías), al bolerista le importa una higa hacer el ridículo, acude a lugares comunes, consciente o no de que el instante menos pensado se filtrará la poesía.
¿Subproducto consumista? Los exponentes de las culturas híbridas –recelosos de lo popular– se rindieron ante su aliento avasallador. Somos criaturas hechas de abismos y también de trivialidades secretas. Bailamos derrotas y regocijos, caricias y traiciones, hallazgos y distancias, es decir, el repertorio de la vida.
Cuando llegó la rockola el bolero se hizo oráculo. Bares y cantinas, hoteles y restaurantes ostentaban estos aparatos que guardaban las voces de Los Panchos, Leo Marini, María Luisa Landín, Benny Moré… Era preciso insertar una moneda y abrir esos tesoros envueltos en humo de cigarrillo para internalizarse en su mundo y recibir respuestas a nuestros candorosos y cursis desasosiegos. Mito y ritual de poesía y bohemia que se evaporaba como un firmamento de cocuyos llameantes.
Sartre dijo que “el hombre es una pasión inútil”. La rockola difundía conmociones que contradecían al filósofo. Boleros que se bailaban, otros que se escuchaban. Los primeros tuvieron fama de clandestinos y proscritoshasta en las salas familiares. “Perversa, te burlaste de mí…/ Como hiedra del mal te me enredaste./ Y como no me quieres, me voy a morir”…
De a poco la rockola se desvaneció como los quiméricos amores inventados en las pláticas de la jorga. Pulsar Perdón de Pedro Flores o Cuando vuelva a tu lado de María Grever era instalarse en un orbe baladí pero entrañable. Nunca supimos, por cierto –apenas empezábamos la adolescencia–, a quién pedíamos ‘perdón’ ni al lado de ‘quién’ íbamos a volver.
“Perdón/ Vida de mi vida/ Perdón/ Si es que te he faltado/ Perdón/ Cariñito amado/ Ángel adorado/ Dame tu perdón”…