Es bastante conocido lo fácil que resulta para un gato subirse a un árbol y las dificultades para bajarse de él. Julian Assange pudo asilarse, con facilidad, en la Embajada del Ecuador en Londres; pero salir de ella resulta mucho más complicado. El último intento para conseguirlo es motivo de vergüenza nacional: otorgarle carta de naturalización ecuatoriana y pretender que el Reino Unido lo reconociera como funcionario de la embajada del Ecuador.
Representa un acto deshonroso utilizar la nacionalidad como maniobra para favorecer con la inmunidad diplomática al refugiado; tiene el tufo de una viveza criolla. Después de tan grave traspié, la canciller Espinosa ha declarado que buscará una mediación para resolver la situación insostenible del incómodo huésped por cinco años y medio en la legación ecuatoriana. ¿Pero cuál sería el objeto de la mediación? ¿Conseguir que al australiano se salte a la torera la ley británica? Mientras se ventilaba en los tribunales la extradición a Suecia para investigarlo por acusaciones de abuso sexual, Assange estaba subordinado a prisión domiciliaria; al refugiarse en la embajada ecuatoriana, incumplió las condiciones de esa prisión.
Correa procedió con ligereza al concederle asilo: se supeditaron los intereses nacionales al alineamiento político y los afanes de protagonismo internacional del mandatario. Mientras en el país se restringía la libertad de expresión y se lesionaban derechos humanos persiguiendo a dirigentes sociales, en nombre de estos derechos se concedía el asilo político a quien pasaba por un polémico adalid de la libertad de expresión. La publicación de miles de documentos secretos estadounidenses en WikiLeaks llevaba a presumir que al ser extraditado a Suecia, Assange sería requerido por la justicia de los EE.UU. y podía enfrentar una condena a muerte. Sin embargo no existe causa penal en contra de él en ese país. Se invocaba la defensa de los derechos humanos, cuando el Ecuador votaba en contra de que la Comisión de DD.HH. de la ONU investigara al régimen de Siria por crímenes de lesa humanidad contra los grupos opositores y el gobierno se acercaba a otros regímenes dictatoriales y autoritarios violadores de esos derechos. Assange ni siquiera respetó las condiciones del asilo: por ejemplo, siguiendo el libreto intervencionista ruso en las elecciones estadounidenses, perjudicó con publicaciones en WilkiLeaks a la señora Clinton y favoreció a Trump.
El caso del insostenible Assange es una muestra del pésimo manejo de la política exterior en la década pasada. Correa desprestigió a los funcionarios de carrera a los que ridiculizó con el remoquete de “momias cocteleras”, suprimió la Academia Diplomática y puso al frente de la Cancillería a personas con sesgados intereses políticos o sin preparación ni experiencia en la diplomacia.
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