A los líderes populistas les fascina hablar sin límites. En la antología de los refranes se lee: «Quien mucho habla, mucha yerra». Vagabundean en hablar por hablar. Fidel Castro sermoneaba horas y horas y la concurrencia de los camaradas, bostezaba y dormía. Rafael Correa se mandó 523 sabatinas, con un promedio de tres horas, habló, 1.569 horas seguidas. Más de sesenta y cinco días hablando sin parar. Un Récord Guinness. Igualito fue Hugo Chávez. También el presidente de México, López Obrador, con la desventaja de su angustiosa lentitud y tedio.
La incontrolable locuacidad de López Obrador provoca la crisis diplomática entre México y Ecuador. El desmán de afirmar que Fernando Villavicencio fue asesinado para evitar el triunfo de la candidata de Correa. El ultraje de calificar al gobierno ecuatoriano de «facho» (fascista). Y, por último, el absurdo de conceder asilo político a un contumaz y destacado delincuente.
La Convención sobre Asilo Diplomático de 1954, en su artículo III, dice que no es lícito conceder asilo a quienes estén inculpados o procesados ante tribunales competentes por delitos comunes. Menos si pesan sentencias. Si Glas ingresó a la embajada, lo que procedía era invitarle a que se retire y entregarlo a la justicia. Pero se produjo lo absurdo. Un delincuente mutado a perseguido político.
El mexicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990, expresó: “La ceguera biológica impide ver. La ceguera ideológica impide pensar”. López Obrador no piensa. Al menos lo que dice. Se chispotea y con frecuencia lo embarra. Los hermanos mexicanos saben y se abochornan. La labia discursiva en los populistas es incurable.
¿Se acuerdan cuando el rey Juan Carlos, estalló y rompiendo la formalidad diplomática, dijo a Hugo Chávez «¿por qué no te callas?». Millones de mexicanos estarán diciendo a su presidente, como Quico, (personaje del Chavo del 8) «Ya cállate, cállate que me desesperas».
Esperemos que en poco tiempo el distanciamiento entre Ecuador y México sea superado. Jorge Glas es un respetable delincuente, procesado, juzgado, sentenciado por casos de corrupción. Las evidencias de su nexo con el crimen organizado y la mafia es imposible esconder. Lo execrable, ver a Rafael Correa atizando el conflicto y clamando para que se castigue a Ecuador.