Lo sucedido en las elecciones de dignatarios de la Asamblea que deberán estar al frente del Poder Legislativo durante los próximos dos años saca a flote lo que podría ser un escenario sin mayoría gubernamental que controle ese estamento. Las acusaciones mutuas, el lanzamiento de improperios nos hace pensar que, pese a los pronunciamientos oficiales, en estos últimos años no han cambiado los procedimientos tan discutidos, que tanto se achacaban a la motejada “partidocracia”. Lo evidente es que cuando no hay una hegemonía absoluta y los intereses de diversa índole se hallan en juego, el enfrentamiento es más vehemente y no siempre saca lo mejor que las personas llevan por dentro. Por las circunstancias que fueren, al Ejecutivo ya no le ha sido muy sencillo estructurar la mayoría de manera tan fácil como lo hizo en el período anterior. Si a ello se suma que en el referéndum pasado la tesis gubernamental tampoco tuvo el respaldo esperado podemos avizorar que las cosas se le ponen cuesta arriba al Régimen. De tiempo acá, las sonrisas han desaparecido, existen ceños más fruncidos y un ácido lenguaje para atacar a opositores y a los que han abandonado el oficialismo.
Nuevamente surgió la idea de la muerte cruzada. Pero esa medida extrema, que también debería transitar por un terreno complicado, no aseguraría nada al Régimen. Es verdad que el Primer Mandatario goza de un importante respaldo, pero en elecciones eso no sería suficiente como para trasladar toda esa fuerza electoral a los candidatos a asambleístas de su movimiento. Probablemente en ese evento se le ratificaría como Presidente pero también es muy probable que, en ese proceso, el número de legisladores incondicionales disminuya. Si se descarta la muerte cruzada, el escenario puede demorar hasta que en Carondelet se decida optar por la reelección en 2 años.
Esto nos lleva a pensar ¿cómo sería un gobierno del Movimiento País en el hipotético caso que no cuente con mayoría legislativa? ¿Se reeditarían esos enfrentamientos políticos tan comunes en la época anterior a la de la revolución ciudadana? Lo más probable es que por las personalidades de los actores involucrados, el conflicto de poderes resurgiría. Quedaría, en consecuencia, la lección que nada hemos cambiado, que los vicios antiguos siguen presentes, que lo único que ocurrió es que por un lapso un grupo político mantuvo la hegemonía absoluta.
Todo ello vuelca a considerar que debemos empeñarnos en transformar la cultura política. No podemos considerar que la lucha por el poder elimine la capacidad de diálogo, abjure por la búsqueda de consensos, priorice la anulación del otro por la vía del agravio, la ofensa, la diatriba. Hasta que no seamos capaces de enrumbar la nación en un clima de diálogo y libertad, nada habremos conseguido. Todo lo contrario incluso habremos retrocedido a etapas que se consideraban superadas