Buena parte de los ecuatorianos(as) somos un manojo de contradicciones, pero sin consciencia de ello. Sin inmutarnos conviven en nosotros con gran comodidad lo nuevo y lo viejo, lo democrático y lo autoritario. Se confunden en un abrazo complejo y desequilibrado el blanco y el indio, el cristiano y el comunista, el siervo y el patrón, la iglesia y el templo masónico, la colonia y la independencia, el puritano y el inmoral, el justiciero y el maltratante, la minga y el individualismo.
Sobran los ejemplos de esta tragedia o comedia identitaria y existencial. García Moreno desde el más oscuro y radical conservadorismo católico levantó uno de los proyectos más modernizadores del Ecuador. Trazó una ruta histórica vigente hasta el día de hoy: la modernización conservadora. Tradición y modernidad juntas.
Tenemos una Constitución hiperpresidencialista, centralista y controladora, con amplísimas garantías a la participación social. Deslumbramos al mundo proclamando de manera inédita los derechos de la naturaleza, le vendimos la idea de la preservación del Yasuní, y al mismo tiempo tuvimos un plan B, que en realidad era el plan A: explotación petrolera en una de las zonas más biodiversas de la Tierra. A voz en cuello hablamos del Buen Vivir o Sumak Kausay, de la relación armónica con la Pachamama y en simultáneo emprendemos en proyectos mineros a gran escala. Decimos que superaremos el extractivismo, pero con más extractivismo.
La querida ciudad de Guayaquil celebra todos los años, en julio y en octubre, con el mismo fervor, desfiles, ferias y reinas, ora su colonización, ora su liberación, esto es, la fundación española y la independencia de España. Lo mismo pasa en Quito y en otras ciudades.
El Instituto Nacional Mejía, hasta hace poco el colegio más rebelde del país (hoy presa de un silencio preocupante), abanderado de las luchas por la justicia social y la libertad, durante décadas afirmaba su identidad con el grito: “Patrón” Mejía, concepto patriarcal, símbolo de opresión.
León Febres Cordero, el líder más destacado del neoliberalismo ecuatoriano del siglo XX, al tiempo de pregonar el fortalecimiento del mercado, más bien configuró un Estado a su servicio. Hizo uso y abuso de los recursos públicos en una explosión de un populismo de derecha.
Sin duda hemos aprendido a manejar la dualidad sin sonrojarnos. El doble discurso y la hipocresía se expanden y son parte cada vez más importante de la cultura nacional, configurando una identidad ambigua, oportunista y cínica.
Es una ambigüedad peligrosa, una suerte de amoralidad, en la que crecen a placer los virus del pragmatismo, clientelismo y caudillismo. Es el caldo de cultivo para el florecimiento de todo tipo oportunistas y arribistas. El reino de los Felipillos. La colonia está vigente en pleno siglo XXI: en nuestras cabezas.