La carrera para captar la alcaldÃa de la capital ha empezado y los candidatos comienzan a aparecer como canguil, (no, no como el Canguil que sabemos), unos aupados en organizaciones polÃticas de alquiler y otros que pasan de la extrema derecha a la extrema izquierda con una impudicia que asombra.
El primer problema es que ni a nivel nacional ni subnacional tenemos verdaderos partidos polÃticos. Por un lado existen organizaciones que son solo vehÃculos electorales que le sirven a cualquier candidato, sin importar ideologÃas o programas; mientras que, por el otro, están los partidos y movimientos que se supone tienen una ideologÃa, pero que para tener chance de ganar, optan por candidatizar a cualquier cara conocida, sin importar en que parte del espectro ideológico se ubique.
Otro problema es el sistema electoral, que ha permitido la proliferación de organizaciones polÃticas, muchas, incluso, que probablemente compiten únicamente por el financiamiento público de sus campañas. AsÃ, lo importante no es ganar la elección, sino el dinero que le pueden sacar al Estado .
A esto se le debe sumar la inexistencia de una segunda vuelta en las elecciones seccionales, como es en las presidenciales, que facilita que a cualquier candidato le baste un poco más del 20% de los votos para resultar elegido, tal como sucedió en la elección pasada. Eso generará problemas de legitimidad al nuevo alcalde porque solo una minorÃa habrá votado por él.
Esto va de la mano con un problema más: el método de asignación de escaños. Si bien el actual, Webster, es más proporcional, cuando existen demasiadas organizaciones polÃticas se traduce en concejos cantonales fragmentados en los que es difÃcil que un alcalde elegido con un 20% o 30% de la votación logre acuerdos de gobernabilidad.
AsÃ, el probable resultado de las elecciones en Quito será el de un alcalde escaso de legitimidad, con graves problemas de gobernabilidad y una ciudad paralizada y a la deriva. En definitiva, otra vez el despelote.