Darwin Castro (izq.) se entrenó la última semana en la pista del estadio Atahualpa. A su lado, Sebastián Rosero (der.). Foto: EL COMERCIO
Las vidas de Darwin Castro y Sebastián Rosero dieron un vuelco total en el último año gracias al deporte. En enero del 2014, Darwin, cuencano de 21 años, necesitaba un guía para competir en un torneo nacional para personas con discapacidad visual. Esos ojos que lo ayudaron a llegar a la meta fueron los del quiteño Sebastián Rosero, de 22 años.
Lo que en principio iba a ser una colaboración eventual terminó por convertirse en una amistad tan sólida que el azuayo dejó a sus padres y hermana para vivir en Quito, con la familia de Sebastián.
Ahora, ambos se ejercitan como atletas de alto nivel, se cuidan en la alimentación, aprovechan cada momento de descanso y cumplen sin chistar con las tablas de preparación que planifica Edmundo Hidalgo, experimentado entrenador de 70 años quien ganó decenas de campeonatos colegiales con las ‘chivas’ del 24 de Mayo.
Darwin y Sebastián son como hermanos y están convencidos de lograr una clasificación a los Paralímpicos de Río 2016. Aunque no tienen experiencia en la alta competencia, sus metas son enormes en los 800 y 1 500 metros.
De momento, quieren ir a Medellín a un Prix Sudamericano para poner la marca que los lleve a los Parapanamericanos de Toronto 2015.
En Colombia, a finales del próximo mes, quieren además una reclasificación para que Darwin compita con personas de su misma condición.
El cuencano empezó a tener problemas visuales a los 12 años y fue clasificado en la categoría T12, en la que están personas con baja visión, es decir con una discapacidad visual parcial.
Sin embargo, Darwin perdió por completo la vista y depende de Sebastián para correr.
Por esa razón, personeros del Comité Paralímpico Internacional lo evaluarán nuevamente. Si todo sale bien, lo ubicarán en la T11, para personas con discapacidad visual total.
Mientras eso ocurre, sus entrenamientos en la pista sintética del estadio Atahualpa no se postergan ni con las lluvias que han caído en estos días.
Uno de los últimos recuerdos visuales de Darwin es la playa al atardecer. A los 16 ya empezó a ver todo obscuro.
Cuando eso pasó se alejó de sus amigos, entró en estados de depresión y no quería salir de la casa. A pesar de aquello, con la ayuda de un psicólogo, entendió que la vida no terminaba para él.
En Cuenca, a Darwin lo conocen más como Gustavo, su otro nombre. Allí fue parte del Club Vulcano, para personas con discapacidad.
Antes de llegar a la capital, nunca se ejercitó para la alta competencia. Hidalgo, quien no recibe un pago por guiarlo, ha sido su único entrenador.
Para el nóvel atleta, cada jornada es una prueba de convicción “El dolor es diario, pero hay que trascender”, repite cuando está cansado.
Cuando comenzó a correr admiraba a Sixto Moreta, otro deportista con discapacidad (baja visión), quien también se ejercita con Hidalgo. “Solo quería correr como lo hacía Sixto”, recordó el azuayo que ahora compite codo a codo con el deportista ambateño.
Darwin y Sebastián se ejercitan para pruebas de mediofondo, sobre todo para los 1 500 m.
En esa distancia están en el quinto lugar en Sudamérica, por lo que aspiran a clasificarse a la cita de Toronto 2015, en agosto.
“Ya tenemos la marca, pero queremos ratificarla en Colombia”, contó Sebastián, el guía que está a punto obtener su ingeniería en Geografía y Gestión Ambiental en la Universidad Católica.
“Ahora vivimos para correr”, añadió el quiteño que acogió al azuayo como a un hermano.