El guía penitenciario habla de las modalidades usadas por visitantes para introducir armas a la prisión de Santo Domingo de los Tsáchilas. Dice que hay dos formas. La primera es en partes. Los familiares de los detenidos o gente contratada camuflan las piezas en electrodomésticos como licuadoras o en los alimentos.
Los internos se encargan de armarlas. Lo hacen en las celdas, como si fueran rompecabezas.
La otra forma es aprovechando el cambio de guardia de la Policía. Ocurre siempre a las 02:00.
Entonces solo hay un guía en la puerta de ingreso y no se hace una revisión minuciosa de los vehículos que entran al lugar.
Según uno de los internos, las armas, en general, se usan para protección. Con ellas se amedrenta o extorsiona a otros prisioneros. Si son descubiertos sus condenas podrían alargarse. Por eso no las disparan a menos que su vida esté en riesgo.
Y, aparentemente, eso ocurrió anteayer en el pabellón de máxima seguridad. El prisionero Marco L. disparó contra Walter P., en medio de una guerra de bandas de alta peligrosidad. Un agente de Criminalística halló seis orificios de bala en su cuerpo. Se desangró y murió cuando era trasladado a un centro asistencial del lugar. Su compañero Moisés V. también resultó herido y se encuentra en observaciones.
Es el tercer prisionero fallecido que se registra en menos de un año. El 22 de marzo, Merlín Caicedo sufrió un ataque respiratorio. Sus familiares dijeron que no recibió atención médica inmediata. El 27 de agosto del 2011, en cambio, Édgar Espinoza falleció cuando supuestamente intentaba fugarse con tres presos.
Informes dijeron que fue golpeado hasta morir y se detuvo a los guías y principales funcionarios de la cárcel.
El 30 de septiembre del 2010, el Ministerio de Justicia consideró a este centro un ‘modelo’ de rehabilitación social. Entonces se mostraron dos nuevos pabellones. USD 8 millones se invirtieron en su construcción y en la adecuación, por ejemplo, de los dormitorios de guías penitenciarios.
La prisión se convirtió en el primero y único en contar con pabellones de mínima, mediana y máxima seguridad.
El objetivo era que los internos estén clasificados y reubicados según los delitos cometidos y por su perfil psicológico. Pero uno de los presos dicen que juntarlos de esa forma creó otros inconvenientes.
“Se unieron en función de sus especialidades y aprendieron unos de otros. Por ejemplo, los que se dedicaban a la extorsión formaron una banda que cometió delitos”, contó.
En mayo de este año se detuvo a los cómplices que operaban fuera de la cárcel y el comandante de Policía de Santo Domingo, Manuel Pérez, confirmó que se dedicaban a robar vehículos y luego pedían dinero a sus dueños para devolvérselos. Las llamadas de amenazas se hacían desde el Centro de Rehabilitación.
El nuevo modelo de prisión también contemplaba el acceso de los presos a talleres, para que puedan aprender oficios y ocupar el tiempo libre en actividades productivas. Se montaron modernos espacios de carpintería, artesanías y metalmecánica. Pero hasta ahora no pueden ser aprovechados al 100%.
Uno de los guías aseguró que no hay el personal suficiente para custodiar a los detenidos cuando salen a los talleres. “La norma de seguridad dice que debe haber dos guías por cada preso. Si sacamos 10 a los talleres descuidamos un frente y pueden fugarse. Hubo días que incluso mandaron dos carceleros con 10 privados de libertad (PPL), pero eso era peligrosísimo”. Si uno quería escapar o le pasaba algo en una riña, el guía es el único responsable y va preso”.
Los guías que durante la balacera que se desató en el pabellón de máxima seguridad estuvieron de turno son investigados por la muerte de un prisionero.
En Bellavista hay 60 celadores, organizados en dos guardias de 24 horas. Es decir hay 30 cada día, cuando debería haber 70, según las normas de seguridad.
Por eso, dice uno de los guardias, se optó por no sacar a los prisioneros. “En mínima seguridad hay unos 400 presos y 10 guardias. Es imposible destinar personal para talleres”. Además de los cerca de 700 detenidos que en la actualidad están en los tres pabellones, solo a un 30% le interesaba esas actividades. Esto, según otro guía penitenciario que labora en el sitio desde que se reinauguró.
“Para hacer una artesanía ocupaban toda la tarde y luego tardaban 15 días o un mes en venderlas. Ya sea a través de sus familiares o a la gente del centro. No tenían dinero de forma inmediata, para poder subsistir”, asegura.
“Por eso prefieren ser parte del mercado de la droga”, agrega el guía. Esa actividad garantiza el flujo de dinero dentro del centro.
La marihuana es la droga más vendida. Cada paquete, envuelto en una funda, cuesta USD 1. Al igual que en la calle, en este centro también existen los denominados ‘brujos’, que tienen bajo su mando a pequeños distribuidores en cada pabellón.
“Eso es un gran problema porque con la droga son más agresivos, sufren de depresión y tienen tendencias incluso suicidas”, comenta un ex funcionario del centro que evaluó a los prisioneros.
Incluso hay personas que, sin haber sido consumidores en la calle, adquieren el hábito en la prisión. Es el caso de Alexander M. Hace un año y medio fue detenido por robo a un almacén en Quito. Pero tenía antecedentes por intento de asesinato y por eso lo trasladaron al pabellón de máxima seguridad. Cuando llegó vestía siempre con jean y camisa bien planchada. Era robusto y tenía la dentadura intacta. Ahora, los huesos de su rostro saltan a la vista y casi no le queda dentadura.
Dice que la droga lo consumió y fue trasladado a Quito.
En Bellavista solo hay dos abogados y dos psicólogos para tratar los trastornos de los prisioneros. Aseguran no poder atender todos los casos. Ayer, uno de los reos incluso intentó suicidarse en el pabellón de mediana seguridad. El Ministerio de Justicia volvió a ofrecer cambios para mejorar la situación y convertir a Bellavista en “la mejor cárcel del Ecuador”.
Sentencia judicial
El Tribunal de Garantías Penales de Santo Domingo halló culpables a un ex director y siete guías penitenciarios, en diferente grado, por la muerte de Édgar Espinoza. El hecho ocurrió el 27 de agosto del año pasado.
El fallecido, en compañía de otros tres prisioneros, fue golpeado hasta morir, en medio de un supuesto intento de fuga.
Édgar Espinoza fue ex agente de la Policía y fue apresado por el robo de la custodia, en Riobamba. Esta pieza de arte religioso fue sustraída el sábado 13 de octubre de 2007.