Fernando Miño-Garcés se dedicó por 30 años a la coordinación de este libro. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO
El léxico es una de las mejores formas que tiene una sociedad para transmitir su cultura. También de demostrar que la lengua está ‘viva’ y que la gente es pilosa, mosca, sacudida o avión respecto al uso que le puede dar a una palabra.
La prueba más reciente de la riqueza lexicográfica nacional está en el Diccionario del Español Ecuatoriano editado por el Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), bajo la coordinación de Fernando Miño-Garcés, un proyecto que reúne el significado de más de 10 000 palabras.
Se trata de términos que se utilizan solo en el país o en España, pero que no tienen el mismo significado. Fueron incluidas en el diccionario luego de hurgar en la literatura local y realizar miles de encuestas.
Todo comenzó en 1985, cuando Günther Haensch, catedrático de la Universidad de Augsburgo, en Alemania, visitó el Instituto de Lenguas y Lingüística de la PUCE, en busca de personas que se unieran al proyecto del Nuevo Diccionario de Americanismos que había comenzado en los setenta.
Miño-Garcés pensó que el proyecto era chévere, alhaja, bacano, buenazo, y decidió embarcarse en esta empresa a la que dedicó 30 años y en la que contó con la colaboración de más de 50 personas.
El diccionario coordinado por Miño-Garcés no es el primero de su especie. Carlos Joaquín Córdova, exdirector de la Academia Ecuatoriana de la Lengua (AEL) trabajó durante más de 50 años en ‘El habla del Ecuador, diccionario de ecuatorianismos’, cuya última edición es del 2008.
Susana Cordero de Espinosa, actual directora de la AEL, sostiene que el diccionario de Córdova es el más completo por la información que registra sobre cada uno de los términos incluidos en él. “Fue elaborado -cuenta- con enorme paciencia, sin el auxilio de los medios electrónicos”.
Algo parecido sucedió con el diccionario publicado por la PUCE. Cuando Miño-Garcés y su equipo de trabajo empezaron la investigación lograron reunir en 85 000 fichas nemotécnicas, palabras que potencialmente podían ser consideradas como ecuatorianismos.
Algo que llama la atención es que estos diccionarios están poblados de un gajo, un montón, la bola, un mundo, de palabras en quichua, la lengua aborigen que más ha influido en el español ecuatoriano.
Según Cordero, no existen diccionarios exclusivos de quichuismos –términos del español originados en la lengua quichua-. “Lo que sí existe es el Diccionario quichua-español, español-quichua, del doctor Luis Cordero Crespo, escrito hace más de 100 años y que sigue siendo el único diccionario de estas características”.
Entre los quichuismos más populares están palabras como huahua o guagua -chamo-guambra-pelado-pitufo-chuzo-; shungo (corazón de una persona o animal) y el popular shunsho, o sea baboso, bolsón, palurdo o tarugo y que se usa para una persona que da muestras de ingenuidad, escaso entendimiento o falta de viveza.
La influencia del quichua en el léxico de los ecuatorianos resulta tan fuerte que Cordero señala que este se conserva en topónimos o nombres geográficos; en los nombres de los alimentos que proceden de la tierra; en nombres de animales; así como en nombres de personas y también en las formas sintácticas de expresión.
Así como lo han venido haciendo los literatos ecuatorinos durante varias generaciones, hace unas semanas, el escritor y catedrático ecuatoriano Leonardo Valencia utilizó la palabra shunsho en el titular de un artículo de opinión dedicado a la nueva publicación.
En su artículo, Valencia comenta algo con lo que Miño- Garcés está de acuerdo. Este no “es un diccionario normativo -no quiere enseñarnos cuál es la forma correcta- sino que la describe. En resumen, es un diccionario de uso, como esas obras estupendas que son el diccionario de uso de Manuel Seco, allá en España, o incluso el María Moliner”.
El nuevo diccionario de ecuatorianismos viene con algunas yapas, obsequios que los investigadores regalan al lector. Se trata de los índices botánico y zoológico que incluyen palabras como ataco, achogcha, cascarilla, chilco, matico, sigsig, quinoa o quinua, cuica, cusumbo, guatusa y sajino. Cada palabra, que también está en el diccionario, viene con su nombre científico.
El trabajo de los lexicógrafos, esos personajes prolijos y curiosos que investigan las características y particularidades del habla, ha demostrado lo nutrido del vocabulario de los ecuatorianos, una indagación que, a criterio de Cordero, no es solo de nuestra cultura sino de nuestro espíritu. “Nos permiten conocer nuestra idiosincrasia a través del mestizaje idiomático, saber de nosotros mismos, pues la lengua que empleamos nos revela cultural y psicológicamente, y es elemento central de nuestra evolución histórica”.
En medio de las miles de palabras que son parte de esta investigación, Miño-Garcés ha retenido en su memoria una que está al final del libro: yuca, una palabra que a más de designar el nombre de un arbusto o árbol se usa entre nosotros para referirse a las piernas de una mujer o a la señal de insulto que se hace doblando un brazo, una palabra mediática durante la última década.
Diccionarios
Günther Haensch.Este alemán trabajó en el Diccionario de Americanismos.
Carlos Joaquín Córdova. Escribió el libro ‘El habla de los ecuatorianos’.
Luis Cordero. Escribió el Diccionario quichua-español, español-quichua.