En las protestas se juntaron los estudiantes con obreros y partidos de izquierda. Foto: Archivo
En la vida de los pueblos hay momentos de gran intensidad que sintetizan el sentido de su tiempo y tienen la virtud de condensar los significados de numerosos hechos particulares, poniendo en evidencia la unidad de los procesos que los envuelven. Uno de esos momentos fue el mes de mayo de 1968, durante el cual una cadena de protestas que comenzó en París llegó a estremecer al mundo entero. Para algunos, en ella estaba la prueba del fracaso de la V República Francesa; para otros, en su espíritu radical palpitaba la primera revolución del siglo XXI.
Las Jornadas de Mayo, como se las conoce desde entonces, fueron el resultado de un proceso de crisis que sacudió la totalidad de la vida social, desde la religión y la ciencia hasta las costumbres cotidianas. Desde su aparición, aquella crisis resquebrajó el opaco mundo de la posguerra, signado por el recelo y la sospecha que circulaban en los meandros de una sociedad autoritaria, pacata y mentirosa, cuya vida estaba atravesada por el miedo.
Su punto de partida quizá haya sido la celebración casi simultánea del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956) y el Concilio Ecuménico convocado por el inolvidable Juan XXIII (1962), que representaron la apertura de las ventanas del Kremlin y el Vaticano para que entrara aire fresco y disipara la densa atmósfera del dogmatismo estalinista y de un catolicismo reducido a un ritual sin alma que se había divorciado de la vida real y concreta de sus fieles.
Daniel Cohn-Bendit, estudiante de la Universidad de Nanterre, el 13 de mayo en la plazade la Sorbona. Foto: AFP
A continuación, una ola de cuestionamientos a lo establecido sacudió todo el planeta: las protestas de los jóvenes contra la guerra de Vietnam, la liberación de las naciones africanas, la agitación de los estudiantes de Berkeley, la Revolución Cubana, la crisis de los misiles, el movimiento hippie, el despertar de la población negra de los Estados Unidos, la filosofía crítica de la Escuela de Frankfurt, el primer trasplante de corazón, el viaje de Armstrong a la Luna, la aparición de Los Beatles, la nueva narrativa latinoamericana, el neorrealismo italiano, el arte pop, el feminismo y centenares de nuevos movimientos a lo ancho y a lo largo de la Tierra, fueron los hitos de una ola gigantesca que anunciaba el alumbramiento de un mundo nuevo.
Y así llegó el año 1968. En París, varios incidentes jalonaron el transcurso de sus primeros meses y en todos hubo enfrentamientos de los estudiantes de Nanterre con la fuerza policial. Un estudiante de origen judío, que hoy es eurodiputado, apareció entonces como el portavoz de sus compañeros: se llamaba Daniel Cohn-Bendit y Althusser vio en él un nuevo Lenin. El 3 de mayo, al presentarse a rendir declaraciones sobre los sucesos pasados, recibió la adhesión de una nutrida concentración de estudiantes en la pequeña plaza de la Sorbona.
A partir de ese momento, las manifestaciones siguieron diariamente, cada vez más caudalosas, y llenaron de barricadas el Barrio Latino. Los enfrentamientos con las odiadas CRS (policía antidisturbios) fueron constantes y concitaron el apoyo de ciudadanos de toda condición, hasta que el 13 de mayo, cuando las demostraciones callejeras movilizaron a 200 000 estudiantes bajo la consigna de llevar la imaginación al poder, se declaró una huelga general que paralizó a 9 millones de obreros en toda la República.
Así se inició una precaria alianza de estudiantes, obreros y partidos de izquierda, y se llegó a decir que la vanguardia de la revolución ya no era la clase obrera, como en tiempos de Marx, sino los estudiantes. En los muros de París proliferaron los grafitos que traducían el desborde de un inédito entusiasmo, oscilando entre el ex abrupto y la brillante condensación de un pensamiento nuevo.
Estudiantes detenidos tras la matanza en Tlatelolco, México. 2 de octubre de 1968
El 30 de mayo, ante el crecimiento de la protesta estudiantil y obrera, el presidente De Gaulle viajó a Baden-Baden para entrevistarse con el general Massu, comandante de las fuerzas francesas “estacionadas en Alemania”, y esa misma noche, ya de regreso en París, se dirigió a la nación a través de la Televisión Francesa: anunció que había disuelto la Asamblea y convocó a elecciones legislativas anticipadas en el plazo de 40 días. Así se hizo evidente que la única manera de derrocar a su gobierno habría sido un alzamiento armado, pero ni estudiantes ni sindicatos ni partidos estaban dispuestos a llegar tan lejos, pese a la fuerza que habían adquirido a lo largo de aquel convulso mayo.
Fue entonces cuando las protestas declinaron. Estaba claro que la euforia de aquellos días no había logrado encarnarse en una auténtica revolución, pero los sucesos posteriores demostraron que las envejecidas estructuras de la modernidad patriarcal habían sucumbido.
Estudiantes de todo el mundo empezaron a agitarse y llegaron a altos niveles de cuestionamiento en Berlín, donde Rudi Dutschke (con quien estuvo estrechamente relacionado el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría) dirigió movimientos casi tan intensos como los de París, muy pronto replicados en Roma y en México, donde el 2 de octubre de 1968, diez días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, la policía y el ejército aplastaron una manifestación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, Distrito Federal.
Después de una hora y media de metralla quedaron sobre la plaza 325 muertos y muchísimos heridos; los recintos policiales recibieron más de 2000 detenidos. Poco antes, el 21 de agosto, los tanques soviéticos habían entrado en Praga para enterrar el “socialismo con rostro humano” iniciado en enero por Alexander Dubcek.
Cuando comienza a correr su cincuentenario, quienes vivimos de cerca o de lejos esos inolvidables episodios los recordamos con nostalgia, pero sabemos ya que en aquel mayo fabuloso no hubo ninguna revolución: la república fundada por De Gaulle en 1958 pudo sobrevivir al estremecimiento radical, pero no por la violenta represión sino mediante el ejercicio de la democracia: la euforia de los estudiantes fue en realidad el canto del cisne de la utopía revolucionaria.
*Ensayista, novelista y catedrático.