La carrera de Luis Enrique Mueckay Arcos -él prefiere que lo llamen Lucho- abarca los más diversos registros escénicos, del monólogo de humor a la danza teatro. El actor, bailarín, coreógrafo y director teatral guayaquileño repasa claves de su vida y de una trayectoria de más de 30 años.
¿El apellido Mueckay es en realidad la castellanización de un nombre de origen chino?
Muchos ciudadanos chinos asumían a su llegada a América el nombre de quien los apadrinaba para poder obtener los papeles. La historia oficial, y que inclusive está en la tumba de mi abuelo, es que él es Chong Kusi Mueckay, pero se cambió el nombre a Emilio Mueckay Kusi. Finalmente lo que nos contaron es que Mueckay era su nombre, no el apellido. Usualmente los apellidos chinos son monosílabos, muy comunes además y quiero creer que, al llegar a un lugar nuevo, mi abuelo prefirió tener un apellido nuevo también. Y por eso es que todo Mueckay que existe en este planeta, en este país, es parte de mi familia. Aunque existen ya muchos parientes que no conozco, de tercera, cuarta o hasta quinta generación.
¿Qué nos puede decir de la primera obra que montó, titulada ‘Se vende una burra’?
Huy, eso fue en la escuela, cuando tenía ocho o nueve años. En el libro de idioma estaba esa comedia que es de origen español, ‘Se vende una burra’. Cuando la leí se me ocurrió hacer un grupo de teatro, de dónde me vino esa idea no lo sé. Ya recitaba y cantaba desde preparatoria, venciendo una timidez enorme. Cuando leo esta comedia voy a la oficina de la señorita Blanca Marriott y le digo quiero poner esta obra de teatro y otra pequeña que se llama ‘El doctor sacamuelas. Y le digo a la directora: ‘Quiero que la actriz principal sea María Cristina’, que era una colombiana lindísima de la cual todos estábamos enamorados (se ríe a carcajadas).
¿Ya desde entonces descubre el poder del trabajo escénico?
Como siempre fui un patucho, los más grandes se burlaban de mí en la escuela, me pegaban cocachos y sufría lo que ahora llamamos bullying. Esas obras las presentamos a maestros, estudiantes y a padres de familia por Navidad, fueron un éxito. Y cuando regresamos a clases en enero los grandes ya no me volvieron a pegar, me saludaban y trataban con respeto.
¿El teatro opera cambios en la sensibilidad del espectador, por mínimos que sean?
El teatro tiene el potencial de influir en las personas, de modificarlas. Y eso es lo que veo después de cada función: el público ya no sale igual. Mi pretensión como actor, como director o como coreógrafo es que el público salga aunque sea levemente trastornado, motivado o emocionado.
¿De esa época estudiantil surge también el personaje cómico de la profesora Norma Lixta?
Tenía una maestra que era así como Norma Lixta, era de tercer grado, su nombre era Nelly y cuando ella entraba al salón de clases a todos nos brillaban los ojos. Era un clown. Era una payasa. Y con ella hasta la geometría y la aritmética se volvían un placer.
¿Cómo fue introducir la danza-teatro en el Guayaquil de mediados de los años noventa?
El grupo Sarao fue un innovador de la danza contemporánea y de nuevos esquemas de teatralidad. No había en Guayaquil un público para esa dramaturgia dancística. El público estaba afianzado a una teatralidad del humor y lo que hicimos fue darle a través del humor un hilo conductor a piezas de danza contemporánea, allí fue donde surgió ‘Amortiguando’, en donde los personajes van saliendo y entrando del refrigerador, una pieza del canon de la danza ecuatoriana.
¿Y cuál es la faceta escénica que usted más disfruta?
Ha sido desde el inicio el motivo principal de mi vida crear grupos. Creo mucho en los elencos. En ‘Hollywood somos nosotras’ -la obra que dirijo en estos momentos en el Estudio Paulsen de Guayaquil- conjugamos actrices de diferentes tradiciones y trayectorias, eso implica un reto. En estos casos trato en primer lugar de tender una base de confianza para trabajar sobre ella.
¿Sigue siendo una quijotada esto del teatro?
Es una quijotada porque uno se lanza a la aventura, con cosas muy fantasiosas, hasta con el caballo y la lanza, para enfrentar a los mismos molinos de viento: la falta de oportunidades, el centralismo, la falta de políticas culturales. Los artistas independientes han llevado la batuta en el país, incluso antes de que existiera ministerio y universidad de las artes. Siempre fuimos un sector vulnerable, peor con la pandemia que ha implicado meses de inactividad ¿Cuando creamos los centros de alto rendimientos para nuestros artistas? El aparato burocrático es otro molino que vencer.
¿Estuvo usted también en la función pública, cuál es el problema de la burocracia?
Fui director de promoción cultural del Ecuador a través de la Cancillería y trabajé también en Patrimonio Cultural. El problema es que hay procesos que se dan muy rápido y otros no. Es uno de los males que tenemos, entre muchos errores y vacíos, una burocracia enquistada. Culturalmente la burocracia de larga data avanza con la aritmética más básica, es decir paso 1, 2, 3, 4, 5… Cuando las cosas deberían funcionar con mayor agilidad, por ejemplo: 2, 4, 8, 16, 32… La creatividad es así, hay que tratar de asumir el cargo público desde la creatividad.
¿En la solemnidad de la danza teatro y en piezas dramáticas como ‘Diario de un loco’ se rinde tributo a los delirios de la imaginación, pero también a la soledad?
Una de las características de las obras mías son las soledades, los encierros, o también personajes muy urbanos. Algunos personajes rayan el costumbrismo y otros lo superan. En la soledad, en el encierro, la única libertad posible o la que más valor tiene es la fantasía, pasa en ‘Diario de un loco’ y tiene un punto de contacto con la adaptación actual de ‘Hollywood…’
Trayectoria
Lucho Mueckay creó hace 33 años el colectivo de danza y teatro Sarao, que tuvo una emblemática sala y un elenco sostenido en Guayaquil hasta 2009. Actualmente dirige obras y talleres en el Estudio Paulsen, en el barrio guayaquileño de Las Peñas.