Casi es un individuo; la solidez del tándem Merkel—Sarkozy se explica por el calibre de la crisis, que forzó a dos líderes dispares y naciones con intereses distintos a actuar como una. De hecho, Merkozy es una versión política de Mazinger—Z, que aparece cuando los peores males acechan.
En efecto, la espiral perniciosa en Europa parece no tener fin y sorprendernos sucesivamente con nuevas cimas de degradación. Hace años era impensable que un país de la Eurozona incumpla sus deudas; ahora ello ya es una certeza y la incógnita es quién pagará por esos países y cómo impedir la propagación de la onda de choque. Hace 6 meses la nota máxima de Francia por las agencias de ‘rating’ era intachable; este mes las autoridades galas prepararon al electorado minimizando la relevancia de una eventual rebaja de nota.
Esta semana un artículo del Wall Street Journal apuntaba que algunos países ya se planteaban la posibilidad del fin del euro y hacía eco de rumores que ciertos gobiernos ya estarían imprimiendo moneda propia. Los mercados siguen desconfiados de los esfuerzos gubernamentales y este miércoles el euro llegó a su punto más bajo del año.
La crisis europea no es incomprensible. Para mantenerse competitivos en términos mundiales decidieron crear un mercado común, que a la postre implicaba una moneda común. Este último elemento requería que cedan porciones de soberanía al transferir competencias presupuestarias y fiscales.
La integración en Europa fue económica y no política, por lo que los países apenas acordaron una tibia repartición de competencias que permitió pilotear al euro durante el buen clima. Pero ante la turbulencia de la crisis del 2008, los mecanismos regionales no pudieron controlar ni coordinar las acciones nacionales y la moneda se vio amenazada.
Consecuentemente, el arma con la que Merkozy intenta solucionar el problema es lógicamente un refuerzo de las instituciones regionales en detrimento de la libertad de los gobiernos locales.
En Sudamérica hemos sido unos entusiastas seguidores de la integración europea pero pésimos alumnos de las lecciones concretas. Dejando de lado chambonadas como la del ex presidente Gutiérrez que declaró en el 2002 que pronto el mundo tendría unas pocas monedas, sin saber lo que ello implicaba; nuestra integración regional va en sentido opuesto al necesario.
Dos de los líderes regionales más activos en la comunidad latinoamericana manejan un discurso que anhela profundamente la integración europea. Sin embargo, la acción de Chorrea continuamente resquebraja el poder de organismos supranacionales existentes sin crear alternativas del mismo calado, favoreciendo el poder local frente al regional. Justo la dirección opuesta a la del proyecto que ellos desean emular.