La jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg, a sus 87 años, es sin duda un símbolo de trabajo por los derechos, la no discriminación y la igualdad ante la ley; es un referente de cómo puede llevarse una vida de honestidad y consecuencia en la defensa de una causa, respetando a los demás, discrepando con las ideas, guardando respeto por los otros seres humanos; es un ejemplo de cómo se puede ser coherente en los argumentos y nunca faltar a la verdad para defender una causa; como dice ella cuando emite un voto disidente (contrario a la mayoría), lo hace pensando en el futuro y no para decir que los otros se equivocaron. Para los más conservadores ella simplemente es una “progre” más, pero no dudan de su honestidad y consecuencia.
¿Por qué me refiero a ella en esta época de pandemia, cuando una crisis multidimensional nos ha llevado a una situación inédita, agravada por una reacción tardía, incompleta y tremendamente condicionada por mezquinos cálculos políticos, económicos o por la búsqueda del caos que alimenta a algunos grupos, anclados en esa lógica constante en el país que prioriza el privilegio, el trato diferenciado, el “a mí no” que tanto daño nos ha hecho?
Respuestas inadecuadas, en muchos niveles, han hecho mucho más evidentes las cosas que ya estaban mal, enfrentándonos, además, a nuestros peores defectos como sociedad. Es una obligación indiscutible, a menos que abandonemos de forma definitiva las reglas que regulan nuestra convivencia, que toda medida económica, política y de salud debe respetar los derechos, buscando -en correspondencia con el contexto- garantizarlos en la máxima medida posible, preocupándose especialmente por aquellas personas que, por su situación de vulnerabilidad, requieren una protección especial reforzada; asumiendo que nada es igual, que no es posible actuar como si no pasara nada; estamos viviendo una situación excepcional y a partir de eso tenemos que movernos, juzgar, actuar, siempre con la convicción, usando una idea que no me pertenece, de que es un deber buscar la forma de no dejar a nadie atrás.
“Lucha por las cosas que te importan, pero hazlo de manera que otros se unan a ti”, esa frase de la jueza Ruth Bader Ginsburg, refleja de forma clara una obligación ética: perseguir nuestros objetivos sin faltar a la verdad, usando argumentos creativos, explorando caminos para que el poder político, que suele olvidarse de los límites y objetivos que le imponen los derechos, opte por acciones o medidas que tengan el menor impacto posible en esos derechos y que los maximice. Al realizar esta defensa hay que recordar que un fin legítimo no habilita al uso de medios ilegítimos, eso permite que los otros también los usen, descalificando las acciones, sin importar que se obtengan pequeñas “victorias” empañadas por una suerte de populismo en nombre de los derechos. Al dejar la ética de lado son mucho más parecidos a los que critican.