Las violentas manifestaciones populares en varios países de América Latina han estimulado los análisis de su realidad política, económica y social. Todos coinciden en que la persistente injusticia social está en el fondo de tales expresiones de protesta. Pero es igualmente compartido el convencimiento de que la ideología socialista ha influido decisivamente en el uso de la violencia porque, según su dialéctica, el recurso más eficaz para propiciar los cambios que teóricamente propone es la lucha de clases.
Por otro lado, la tecnología de las comunicaciones ha ampliado la posibilidad de conocer, en vivo, los problemas que existen inclusive en países geográficamente lejanos. El lenguaje violento en Turquía, Cataluña, Hong Kong, Ecuador o Chile se retroalimenta de las experiencias de todos.
En muchas regiones resurgen doctrinas nacionalistas extremas, con proclamas similares a Deutschland über alles, America First o Primero Brasil.
Los estados se encuentran, cada vez más, en dificultades a veces insuperables para controlar tales manifestaciones y no pueden cumplir con su deber de garantizar a sus ciudadanos el ambiente de paz y seguridad necesario para el normal desarrollo de sus actividades. Al mismo tiempo, es cada vez más frecuente la queja sobre la inoperancia y falta de eficacia de las organizaciones internacionales.
El resurgimiento de las tensiones propias de la guerra fría ha complicado el panorama. Tres grandes potencias se disputan la primacía. Un número creciente de analistas afirma que el multilateralismo está en crisis.
Los jóvenes de todo el mundo -los llamados “milenials”- no conocen sino por referencias, la tragedia de las guerras mundiales o de las tiranías que ensombrecieron la historia de América Latina. Están descontentos con el realidad contemporánea y buscan un cambio que no pueden aún definir con claridad. La “primavera árabe” que alimentó grandes esperanzas terminó decepcionando a todos.
Un estudio hecho por la Universidad sueca de Gothemburg concluye que la democracia está en decadencia y que la autocracia se ha extendido a más de 75 países. Las elecciones -esencial ejercicio democrático- se han convertido en un mecanismo de “autocracia electoral” que se usa para disfrazar de legalidad la perpetuación en el poder. La conclusión más grave de dicho estudio consiste en señalar que cuando el proceso de convertir a un país democrático en una autocracia ha comenzado, generalmente avanza con escasas posibilidades de dar marcha atrás.
Esta advertencia debería alentar a todos los ecuatorianos amantes de la libertad a defender activamente sus derechos, sin menoscabar los valores de la democracia y, para ello, a usar el diálogo como único camino para zanjar divergencias.