El nombramiento de José Valencia como canciller fue una muy buena noticia. Significó la eliminación de uno de los más fanáticos enclaves correístas. Durante un año y varios meses la cancillería mantuvo una lamentable política internacional de respaldo, de adhesión, si no de fraternidad entusiasta con las dictaduras de Venezuela y Nicaragua; aparte de algunos votos, protecciones (caso Assange) y declaraciones en foros internacionales.
Varias acciones significativas ha emprendido el nuevo canciller. Por ejemplo la reactivación de la Academia Diplomática, increíblemente clausurada en el período anterior; y la reincorporación de valiosos diplomáticos separados por la visión extremista y discriminatoria que caracterizó al gobierno de la autotitulada revolución ciudadana. La tarea ha consistido, en definitiva, en restablecer la línea permanente de nuestra política exterior.
Parecería, sin embargo que el enclave de la Cancillería no ha sido desmontado del todo. No de otra manera se entiende el comunicado emitido en días pasados a propósito del presunto atentado contra Maduro. Sin conocerse todavía con exactitud lo que realmente ocurrió y sin advertir que el suceso, cierto o falso, serviría para aumentar la persecución oficial, el comunicado aparece otra vez como un respaldo a un gobierno responsable de la tragedia que vive Venezuela y cuyos efectos se sienten dramáticamente en el Ecuador. Si se lee el mensaje de Correa sobre el mismo asunto, se advertirá el parecido de los dos textos. Otra vez un acto lamentable. Esperamos una posición diferente, una condena firme frente a lo que ocurre en el hermano país.
Quedan otros enclaves dispersos en otras áreas del gobierno, y algunos muy próximos al despacho presidencial. Los sectores de donde surgen ambigüedades y hasta contradicciones con líneas de la propia presidencia.
Sí, hay que entender que los orígenes del gobierno marcaron una inicial de identificación y continuidad con el gobierno anterior. Y hay que apreciar los esfuerzos del presidente Moreno por romper ese cordón umbilical y establecer una fundamental distancia y diferencias con tal gobierno. Hay que reconocer también que esas diferencias son de especial relevancia en cuanto al respeto a los derechos de las personas y de las instituciones, a las libertades públicas y consecuentemente en tranquilidad social. Hay que admitir que la decisión de convocar a la consulta del 4 de febrero significó la posibilidad de eliminar a personajes enquistados en posiciones claves.
Pero ¿se deben mantener los enclaves en el núcleo central del ejecutivo? ¿no siguen representando lo peor del gobierno anterior y proyectan una sombra de sospecha sobre las buenas intenciones presidenciales? ¿o son, quizás, conversos de última hora que abominan de su pasado y de toda la prédica desbordada de esos años? ¿podemos creerles?